Hay cosas que no cambian, pero no pueden seguir igual
Para el nuevo Gobierno municipal de Enrique Maya en Iruñea la violencia es algo más que un último recurso. En tan solo dos semanas, desde el pleno de investidura hasta el txupinazo de sanfermines, un mando policial ha sacado dos veces la porra extensible en público. Sí, el mismo mando policial. Sin reproche alguno.
La primera vez fue para simular un ambiente hostil, representando a la concejala Maite Esporrín a la salida del ayuntamiento como víctima de un acoso que no existió, una tensión dramatizada. Ayer, en el comienzo de las fiestas más populares del mundo, en una plaza consistorial repleta de personas y en emisión abierta, el mismo policía volvió a sacar su porra extensible y generó una situación de violencia. Su objetivo operativo era el más pobre de todos los posibles. No quería evitar violencia sexista, no buscaba prevenir agresiones de cualquier tipo. En 2019, en unas fiestas patronales, quería evitar que se expandiese en la plaza una ikurriña, la bandera nacional vasca, y la bandera de Nafarroa, el símbolo de todos los navarros y navarras. Esa era su misión, por eso sacó su porra extensible y comandó a un grupo de policías contra la población civil, para que no sacaran dos grandes enseñas y mostraran al mundo que aquí, viven vascos y vascas. No les molesta la publicidad de empresas privadas, les molestan banderas que una gran parte de la ciudadanía siente como propias.
Spoiler: fracasaron. Como diría Daft-Punk y esta semana corearán en Iruñea, «One More Time», una vez más. Y por eso, hay que celebrarlo, sin olvidar el resto, pero como se celebran las victorias populares. Un ejercito de policías ultraventilados no han podido con la inventiva y el arrojo de unas docenas de jóvenes. Han tenido que plegar las porras extensibles y retirarse. Lo ha visto todo el mundo.
El alcalde de la minoría
El lingüista norteamericano George Lakoff explica muy bien el marco que más molesta a Donald Trump, el enfoque que más dificulta su estrategia de embarrar el terreno político y le complica sacar adelante sus políticas retrógradas, misóginas, clasistas y crueles. Lakoff identifica al histriónico mandatario como el «presidente de la minoría», recordando que es presidente a pesar de haber perdido en número de votos.
Esto recuerda que Enrique Maya es alcalde sobre todo gracias al sistema electoral y a la cobardía del PSN. Estos han dejado gobernar en decenas de pueblos navarros a los mismos que fusilaron a sus abuelos y les han tenido atemorizados durante ochenta años. A los que prohibieron la ikurriña durante el franquismo y siguen con el mismo programa político. Pese a todo, en Iruñea Enrique Maya es el alcalde de la minoría. Por eso necesita la violencia, para legitimarse. Por eso conviene recordárselo, porque ya no pueden campar como solía hacer.
Por contraste, en los cuatro años en los que Joseba Asiron ha sido alcalde no ha habido un solo conflicto. Claro que en ese periodo nadie ha sido perseguido por sentirse vasco, ni senegalés, ni latinoamericano, pero tampoco español. Ni durante sanfermines ni el resto del año. Se ha perseguido a violadores y agresores, eso sí, fuesen de donde fuesen.
La violencia ha vuelto con UPN, PP y Ciudadanos, la violencia ha vuelto con Enrique Maya. Pero, ¿a cuenta de qué? ¿De banderas? ¿Banderas que representan a personas? ¿La neozelandesa no y la ikurriña sí? ¿Cómo se puede perseguir eso? ¿Con porras extensibles, contra la ciudadanía? ¿Como en el franquismo?
Ayer, policías municipales no solo agredieron a ciudadanos, también se rebelaron contra cargos electos, contra concejales que intentaron sacar en público la bandera que sienten como propia y que las miles de personas que les votaron comparten. Maya mandó a la Policía contra sus propios concejales, contra Amaia Izko, Itziar Gomez y Maider Beloki, entre otras personas. Las persiguieron y las vejaron. Nadie puede justificar semejante grado de violencia para que no se ondée una bandera. Es cobarde, es por la fuerza, pero muestra debilidad.
En Nafarroa, y en todo Euskal Herria, los retrógrados están perdiendo, y lo único que puede salvarlos es que el resto compre su relato. Son minoría; son violentos; atacan a sentimientos legítimos, pacíficos y democráticos; violentan a personas e intentan romper hasta las fiestas. Frente a un cambio sociopolítico que puede tener retrocesos pero que no cesa, hay cosas que no cambian, que se resisten, pero que no pueden seguir igual.