11 AGO. 2019 CRISIS DE LA VIVIENDA VIVIENDAS COMUNITARIAS, CUANDO LO LÓGICO PARECE REVOLUCIONARIO No es un secreto que para los jóvenes vascos es difícil emanciparse, hacerse con una vivienda. En función de sus ingresos, la zona en que busque instalarse, si quiere comprar o prefiere el alquiler… las posibilidades discurren entre complicado y casi imposible. Cada vez son más las iniciativas alternativas locales para buscar soluciones al problema, caso de los proyectos Txirikorda (Usurbil), Abaraska (Donostia), Urbia (Errenteria), o Bizikoopon (Gasteiz). Gotzon ARANBURU La casuística es amplia, pero su común denominador es que el chico o la chica se encuentra con que ha terminados sus estudios, no trabaja o ha empezado hace poco, y sus ingresos hacen inviable que abandone el hogar familiar. Ocupación, alquiler entre amigos, compra y rehabilitación de una casa abandonada… se ensayan todo tipo de salidas, algunas con más éxito que otras. En los últimos tiempos ha tomado auge una fórmula que viene del centro y norte de Europa, la vivienda comunitaria. La vivienda comunitaria, con distintos grados de autogestión, empieza a dar sus primeros pasos en Euskal Herria. En algunos casos, la iniciativa es fruto de un colectivo de jóvenes, sin participación de las instituciones, que intenta diseñar una fórmula factible de vivienda propia. En otros casos, se da el trabajo conjunto de ayuntamientos y colectivos, al adquirir conciencia los primeros de la situación que atraviesan los jóvenes y poner sus medios para facilitar la difícil empresa de la emancipación. Son los casos de Errenteria y Usurbil. Errenteria es el primer caso vasco en que la iniciativa de vivienda comunitaria se ha plasmado en realidad palpable: ya hay diez jóvenes que viven en el edificio rehabilitado de la plaza de Urbia de la localidad guipuzcoana. El camino para llegar hasta aquí ha sido largo, y se inscribe en el Plan Estratégico Errenteria 2025, que en uno de sus apartados apunta como cuestión estratégica fomentar la oferta de vivienda en alquiler para jóvenes. Y es que la necesidad es evidente, como se desprende del proceso participativo Marea gora, en el que los jóvenes del tramo 18-30 años señalaron como su problema prioritario la emancipación. En el proceso de discusión han tomado parte 150 jóvenes, y de acuerdo con sus necesidades el Ayuntamiento decidió rehabilitar un edificio municipal de la plaza Urbia. Todo el funcionamiento de las viviendas, la fórmula de alquiler, las condiciones para acceder a las mismas… se ha debatido entre jóvenes y Ayuntamiento, ha sido plasmado en la correspondiente ordenanza municipal, y desde hace unas semanas el edificio ya acoge a los primeros inquilinos. Aunque “inquilinos” no es probablemente la mejor definición para los usuarios de este edificio, pues no se trata de un alquiler al uso. De hecho, los jóvenes se comprometen a trabajar como mínimo 9 horas al mes en “auzolan” y en la realización de actividades complementarias. De hecho, tanto los jóvenes como el Ayuntamiento confían en que el proyecto sea semillero de nuevas iniciativas sociales que enriquezcan a toda la comunidad de Errenteria. La filosofía de vivienda comunitaria se plasma en este edificio municipal en que los espacios privados son relativamente reducidos y los comunitarios amplios, siguiendo la tendencia que se da en toda Europa. Pasando a aspectos concretos, la cantidad a aportar por cada usuario de vivienda será el equivalente al 15% de sus ingresos, y puede solicitar plaza cualquier vecino de entre 18 y 30 años, con derecho a vivir aquí durante tres años. La oferta es de 26 habitaciones, de las que se han ocupado 10 en una primera convocatoria, y ya se prepara la segunda para completar el aforo del edificio. El caso de Usurbil presenta algunos aspectos comunes con el de Errenteria (participación municipal) y otros específicos suyos, concretamente su carácter intergeneracional. La alcaldesa de la localidad, Agurtzane Solaberrieta, explica que en la pasada legislatura el Ayuntamiento vio la posibilidad de abordar conjuntamente la problemática de dos colectivos locales: el de jovenes imposibilitados de emanciparse y el de mayores que viven solos. Como quiera que el municipio se hará con un patrimonio derivado de la construcción de la nueva urbanización Ugartondo, decidió destinar este patrimonio -en forma de un edificio de nueva planta- a la creación de viviendas para miembros de estos dos colectivos. Lanzada la idea, un nutrido grupo de jóvenes y mayores usurbildarras iniciaron un proceso de participación, coordinado por Hiritik At Kooperatiba, en el que se han ido poniendo sobre la mesa todas las cuestiones relativas a las nuevas viviendas comunitarias. ¿Para quién? ¿En qué condiciones? ¿Con qué gestión? Han sido las preguntas a las que se ha ido contestando en Txirikorda, en un proceso de mutuo enriquecimiento de dos segmentos sociales frecuentemente alejados entre sí. Esta es, sin duda, la característica definitoria del proceso usurbildarra, subraya la alcaldesa. Como en el caso de Errenteria, los usuarios de Txirikorda dispondrán de un apartamento privado, de una o dos habitaciones según los casos, y de un espacio de uso común, incluidas la lavandería, una amplia cocina, e incluso una terraza. El hecho de contar con un edificio de nueva construcción –que pronto comenzará a levantarse– ha permitido que los arquitectos lo diseñen atendiendo específicamente a los requisitos de usuarios y el Ayuntamiento. Constará de 16 apartamentos, a los que podrán optar usurbildarras de entre 18 y 30 años, y mayores de 60 años autosuficientes. Los primeros podrán disponer de su vivienda durante un máximo de cinco años, mientras que los mayores no tendrán límite de permanencia, siempre y cuando no entren en situación de dependencia. En cuanto al importe del alquiler, será el equivalente al 15% de los ingresos de los usuarios jóvenes, y el mínimo a aportar por aquellos usuarios sin ingresos regulares se ha establecido en 90 euros. En el caso de los mayores, el importe será proporcional a su pensión. Cabe señalar que el hecho de contar con una vivienda propia –caso de la inmensa mayoría de los mayores– no será óbice para optar a estas comunitarias, pero sus propietarios deberán comprometerse a que no permanezca desocupada más de un año, sin especular con ella. Previsible y deseable sería que pasen a engrosar el mercado de alquiler convencional. Ya hemos indicado en el caso de Errenteria que estos proyectos implican una participación de los usuarios en actividades comunitarias. En Usurbil se insiste en esta filosofía, más aún dado el carácter intergeneracional del proyecto. Txirikorda será un edificio autogestionado, con la asamblea como máximo órgano de decisión. De hecho, todos los usuarios recibirán previamente formación sobre convivencia y gestión grupal. Para reforzar la filosofía comunitaria del proyecto, se prevén tertulias, cine-fórum y comedor abierto a los vecinos, talleres, cenas con tertulia, cursillos, sesiones de valoración de la marcha de Txirikorda, prácticas de economía circular y energía sostenible… Sin participación institucional Si en Errenteria y Usurbil la participación y el impulso de los ayuntamientos han sido fundamentales para la plasmación de los proyectos, no puede decirse lo mismo de las iniciativas surgidas en Donostia y Gasteiz. Nahiko Arraiza es miembro del colectivo donostiarra Abaraska, que lleva ya tres años reflexionando sobre la posibilidad de contar en la ciudad con viviendas comunitarias. «En estos momentos, y aunque seguimos trabajando en la filosofía de nuestro proyecto y en la forma concreta que adoptará, nuestra prioridad es hacernos con el espacio, el edificio, que acogerá las viviendas, lo que conlleva necesariamente la realización de un plan económico», señala Nahiko. Una característica que diferencia a Abaraska de los proyectos de Errenteria y Usurbil es que sus promotores no lo plantean como solución temporal, con un tiempo máximo de uso, sino como vivienda permanente. Y tampoco contemplan límites de edad. De hecho, en la asamblea de Abaraska participan personas de entre 30 y 60 años. El espejo en que se miran es el proyecto La Borda, de Barcelona, cooperativa de vivienda basada en el modelo de cesión de uso, que se puso en marcha en el año 2014. Nahiko conoce de primera mano las dificultades de los jóvenes para conseguir una vivienda en Donostia: «Yo vivía en Gros, hasta que vendieron la casa, que ahora muestra un cartel VT (Vivienda Turística) en el portal. En esa placa figura precisamente el piso que yo habitaba… Para acceder a mi actual vivienda tuve que firmar un contrato de tres años con la inmobiliaria, lo que significa que dentro de dos probablemente nos subirán el alquiler o nos echarán». Hacerse con una vivienda en propiedad es harto difícil para los jóvenes donostiarras. Nahiko nos cuenta que, en esta materia, sus amigos se dividen entre «aquellos que tienen un salario mediocre y aquellos que lo tienen bueno; los primeros se compran la casa en Altza y los segundos acceden a vivienda nueva en Astigarraga». «Los jóvenes estamos siendo expulsados de la ciudad, y la vivienda es ya más un bien de mercado que un derecho básico», añade. También en Gasteiz se están moviendo las cosas en materia de vivienda comunitaria. Vecinos y vecinas del Casco Viejo han formado la cooperativa Bizikoopon, basada en el modelo de cesión de uso ya citado en el caso de La Borda barcelonesa. En este modelo, la cooperativa es la máxima responsable de la construcción o de la rehabilitación del edificio, y además será la única propietaria de las viviendas. La idea del edificio ya la tienen desarrollada: espacios de uso compartido que van más allá de las actuales unidades de convivencia, propiciando de esta manera la vida comunitaria. Por lo tanto, las unidades de vivienda serán pequeñas y habrá espacios de uso común. Bizikoopon garantizará el derecho al uso de la vivienda y al mismo tiempo impedirá hacer negocio con ella. En concreto, cada cooperativista aportará una cantidad de dinero inicial y una cuota mensual por el uso de la vivienda, que no podrán comprarse ni venderse. En definitiva, y como en todas las fórmulas anteriormente citadas, lo que se pretende es fomentar el valor de uso frente al valor de cambio, algo que, a pesar de ser tan lógico, adquiere carácter casi revolucionario a estas alturas y en esta sociedad.