LA ANGUSTIA DE NO SABER CUÁNDO DEJARÁ DE SALIR AGUA DEL GRIFO
Una cuarta parte de la población mundial vive en países donde los recursos hídricos existentes apenas logran cubrir sus necesidades y cada año consumen más del 80% del agua existente tanto en la superficie como en acuíferos subterráneos. Euskal Herria no está entre ellos, pero la crisis climática y su efecto sobre las precipitaciones, así como la historia reciente, obligan a estar alerta.
La imagen del pantano de Ullibarri-Ganboa apenas sin agua y con la tierra cuarteada todavía permanece en la retina de mucha gente en este país, ya que fue una de las expresiones más perturbadoras de la terrible sequía que se produjo entre 1989 y 1991. Un problema grave que afectó sobre todo a Araba y Bizkaia y que ocasionó, por ejemplo, cortes de agua de hasta doce doras en el área metropolitana de Bilbo. Peor fue en localidades como Ermua, donde llegaron a tener limitado el suministro a seis horas diarias. Un millón y medio de personas se vieron afectadas por las restricciones, que quizá por primera vez nos permitieron tomar conciencia de lo importante que es la buena gestión del líquido vital y relativizar conceptos como «buen tiempo». La situación fue tan angustiosa que llevó a las autoridades a proponer medidas desesperadas, como trasvases, nuevos embalses y sondeos, e incluso hubo más de una procesión en la que se rogaba que por favor lloviera.
Fue un episodio inusual, pero la congoja con la que vivimos aquella sequía forma parte de la cotidianidad de una cuarta parte de la población mundial –unas 2.000 millones de personas–, que reside en zonas con un estrés hídrico extremo. Esa es la norma en diecisiete países, según el último estudio del Instituto de Recursos Mundiales (WRI), que analiza la situación de 189 estados en su atlas www.wri.org/aqueduct/, según el cual el Norte de África y Oriente Medio son las regiones del planeta donde el riesgo de quedarse sin agua es mayor. Doce de los países que encabezan la lista se ubican en esas dos zonas geográficas, en las que la agricultura, la industria y el consumo humano gastan más del 80% de las reservas totales de agua.
Aunque por población, el país más importante de ese grupo es India, con más de 1.300 millones de habitantes, muchos de los cuales se las ven y se las desean para acceder a agua potable. Eso está pasando por ejemplo en Chennai, la capital de Tamil Nadu y cuarta ciudad más grande del país, que padece una grave crisis hídrica después de dos años en los que casi no ha llovido en la época de los monzones, y donde en junio se declaró el «día 0», el punto en que todas las reservas se han agotado. Desde entonces, millones de personas sobreviven gracias a agua acarreada desde otros lugares en grandes camiones y a pozos clandestinos, a menudo insalubres, y la escasez ha sido causa de tensiones y peleas con víctimas mortales.
Algo parecido ocurrió el año pasado en Ciudad del Cabo, a pesar de que Sudáfrica no se encuentra entre los países con estrés hídrico extremo, y tampoco entre los 27 que padecen un estrés alto –aquellos que consumen entre el 40% y el 80% de su agua–, sino que está un escalón por debajo, donde la WRI habla de estrés medio-alto (20-40%).
Pero es que hay países, sobre todo aquellos de gran dimensión, donde conviven situaciones climatológicas muy distintas –no es igual Santa Fe que Seattle, Anádyr que Astracán–, y de hecho existen «bolsas de estrés hídrico extremo o alto» en casi todas las regiones del planeta. También en la Europa septentrional, donde aparecen marcadas en rojo zonas de lugares tan insospechados como Alemania, el Estado francés e Inglaterra.
Más llamativo es lo de Bélgica, que aparece en el número 23 de la lista, entre Marruecos y México. Y es que a causa de su elevada densidad de población y a su posición geográfica, este país fresco y de lluvia abundante tiene serios problemas medioambientales. Un informe de 2003 indicó que el agua de los ríos belgas tenía la peor calidad de toda Europa, y la situaba a la cola de 122 países analizados. Hay que tener en cuenta, en este sentido, que el estrés hídrico no mide el nivel de precipitaciones, sino el balance entre el agua disponible y el que se consume.
El Estado español, el que más gasta
Con todo, al margen del caso belga y de bolsas más o menos importantes como la de la conurbación de Londres, en nuestro continente son los estados más meridionales los que peor lo tienen, con Grecia (26), el Estado español (28), Portugal (41) e Italia (44), en el grupo de estrés alto, junto a Andorra. El país de los Pirineos está nada menos que en el puesto 21. El Estado español se encuentra en el mismo bloque que Afganistán (27), Argelia (29), Túnez (30) y Siria (31), con zonas en el centro y el sudeste peninsular en situación extrema. Se estima que en 2030 el 65% de su población sufrirá las consecuencias del estrés hídrico, un dato alarmante que choca con este otro: el Estado español es el lugar de Europa que más agua consume en los hogares, con una media de 250 litros por persona y día.
No es tan cruda la situación en Euskal Herria, que se encuentra en su mayor parte en una franja que atraviesa el norte peninsular y que marca un área de estrés medio-alto. Igual que Sudáfrica. Aunque, sin ser EEUU o Rusia, nuestro pequeño país también cuenta con zonas climatológicamente diversas, y el árido sur de Nafarroa está en el bloque de estrés alto del centro de la Península. Y curiosamente, Ipar Euskal Herria se encuentra en una situación parecida, ya que WRI la sitúa en una bolsa de estrés alto, como casi todo el espacio justo al norte de los Pirineos.
Teniendo en cuenta que los modelos prevén una reducción de las precipitaciones por la crisis climática, y con los precedentes existentes, no estamos para bajar la guardia.
Eficiencia, inversión, reutilización
«El estrés hídrico es la crisis más grande de la que nadie habla», considera el presidente de WRI, Andrew Steer, quien advierte de consecuencias como inseguridad alimentaria, inestabilidad financiera, conflictos y movimientos migratorios. A su juicio, no atajar este problema a tiempo «será muy caro en vidas humanas y medios de subsistencia».
¿Y cómo atajarlo? No hay recetas mágicas, pero sí pautas de actuación. Por ejemplo, mejorar la eficiencia agraria, ya que el uso abusivo e ineficiente de sistemas de irrigación es causa de gran parte de la pérdida global de agua. WRI también propone invertir en infraestructuras como tuberías y plantas de tratamiento que minimicen las fugas, así como humedales y cuencas que permitan mantener el agua, y fomentar una política de tratamiento, reutilización y reciclaje.
Parece fácil, pero ya estamos tardando.
lloverá distinto a causa de la crisis climática
Una de las consecuencias de la crisis climática es que se va a producir un cambio en la distribución de las precipitaciones, lo que afectará al agua disponible y al estrés hídrico.
Según apuntan algunos expertos, el calentamiento de la atmósfera tendrá consecuencias en el modo en que llueve en el mundo, ya que las precipitaciones no están distribuidas de forma aleatoria sino que hay puntos de corte que marcan por dónde se reparten. Y si esos cortes se desplazan, por ejemplo desde el Mediterráneo hacia el centro de Europa, ocurrirá que aumentarán las lluvias al norte de los Alpes mientras se reducirán al sur de esa cordillera. Por ejemplo, en Euskal Herria.
La situación se presenta especialmente crítica en la cuenca mediterránea, con niveles actuales de estrés hídrico preocupantes y donde se prevé, si la tendencia se mantiene, que en tres o cuatro décadas las lluvias caigan entre un 15% y un 20%.
Por contra, en el norte de Europa, el calentamiento hará que la lluvia reemplace a la nieve, ocasionando que se produzcan a menudo inundaciones en áreas muy extensas.I.B.