Miley Cyrus es Revolución
Estoy enganchada al culebrón tardo-estival «la zorra de Miley Cyrus deja a su marido hecho unos zorros», estoy enganchada a la libertad y a la alegría de Miley Cyrus. Y a su música, será porque creció en Nashville, entre las gloriosas tetas de Dolly Parton. Vaya puta, metiéndose mano con otra preciosa chica y después, con un chaval. Como si no hubiera dejado claro ya hace años que es pansexual. Y como si la monogamia y la hipocresía, tan afines ellas, fueran ineludibles. «Es muy raro que a hombres se les haga sentir como a fulanas por sus nuevas conquistas», ha espetado ante el linchamiento que está sufriendo por promiscua y por visible. Miley no nació ni para estar calladita ni para dejarse dominar, aunque las injusticias le atraviesan, precisamente porque le atraviesan. Lloró cuando ganó Trump, había hecho campaña por Bernie Sanders.
Fue traicionada por un cantante gilipollas, cuyo insignificante nombre me da pereza teclear, con el que compartió escenario en la gala MTV del 2013. Cuando quisieron mandarla a la hoguera, por ver a esa ídola infantil mover el culo en ropa interior con la lengua fuera, él dijo que no sabía lo que iba a hacer Miley. Mintió. Como ese imbécil llamado Justin Timberlake que, tras el avistamiento accidental de la teta de Janet Jackson cuando actuaron en la Super Bowl en 2004, permitió que acabarán con ella: fue vetada en los medios, literal y patriarcalmente. Por fin ha regresado. No puedo parar de ponerme su africanísima, callejera y subidonera “Made for now”, junto a Daddy Yankee.
Como ellas, Madonna sabe de que va la misoginia en sus propias carnes. Sacó en junio un disco brutal, la puta vieja que le llaman ahora. Así habla de Miley Cyrus. «Es mi hermana pequeña. La amo. Me encanta su sentido del humor. Es irreverente, divertida y consigue lo que se propone. Es una guerrera. Es una perra sin complejos ni remordimientos». Como en todo, estoy con Madonna: ¡menos mal que nos han salido estas mejoradas humanoides queer! Me enaltecen, mientras abrazo a Catalunya.