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PERFIL

Un hombre con la transversalidad como principio


Elegido por Cristina Fernández para llevarlo en su papeleta como presidente, Alberto Fernández ha logrado unificar al peronismo en torno a su candidatura y relevar a Mauricio Macri.

Pocas personas en Argentina tienen más experiencia en el manejo de la Administración que Alberto Fernández, del Frente de Todos, la nueva marca del kirchnerismo para las generales que ganó este hombre de 60 años, con una vasta trayectoria que incluye sorprendentes giros ideológicos, variadas lealtades y mucho pragmatismo y con más de cinco años como jefe de Gabinete, primero de Néstor Kirchner y luego de Cristina Fernández.

La Jefatura de Gabinete es el cargo más importante del Ejecutivo argentino tras el de presidente, según la Constitución, similar al del primer ministro en el Estado francés, pero sin necesitar el aval del Parlamento.

En aquellos primeros tiempos de recuperación tras el colapso económico de 2001, el Congreso –dominado por el kirchnerismo– votaba cada año la cesión de facultades extraordinarias para reasignar partidas, lo que dio a Fernández un poder inusitado. Fue el portavoz principal del Gobierno, su jefe de campaña y el eje de la relación con las empresas periodísticas. Tanta influencia le permitió entretejer vínculos políticos que hoy explica por qué la expresidenta lo eligió como compañero de fórmula, pese a haber sido uno de sus más duros críticos.

Un pasado ecléctico

Nacido en Buenos Aires, Fernández dio sus primeros pasos en política cuando era estudiante de Derecho, en el Partido Nacionalista Constitucional, una fuerza nacionalista, católica y conservadora, que llamó a votar en blanco en los comicios del regreso de la democracia en 1983.

Sin embargo, tras ser defensor oficial del Ministerio Público, se acercó a la gobernante Unión Cívica Radical en tiempos de Raúl Alfonsín, para ocupar un cargo en el Departamento de Economía. Luego dirigirió la Superintendencia de Seguros del Estado, donde fue ratificado tras asumir el peronista Carlos Menem. Allí se comenzó a gestar su buena relación con el entonces ministro, Domingo Cavallo, padre teórico de la ola neoliberal que azotó el país en los año 90.

En la segunda mitad de esa década, cuando Cavallo renunció para lanzar su propio partido, Fernández buscó cobijo en el gobernador de Buenos Aires, Eduardo Duhalde, y llegó a ser vicepresidente del banco público provincial, además de su jefe de campaña en las presidenciales de 1999, que perdió ante Fernando de la Rúa (UCR).

Con el peronismo en plena crisis de liderazgo, se involucró de lleno en el partido de Cavallo y fue elegido legislador por la ciudad de Buenos Aires en 2000. Pero con el derrumbe de 2001, las opciones de Cavallo se evaporaron y Fernández pasó a participar en el Grupo Calafate, una suerte de club político que impulsaba un nuevo liderazgo peronista alternativo. El elegido fue Néstor Kirchner.

A finales de 2002, la candidatura de Kirchner no terminaba de repuntar –hasta que convencieron a Duhalde para pactar con él– y Fernández buscaba un futuro. Se acercaban nuevas elecciones para la Alcaldía de Buenos Aires y era la ocasión para renovar como legislador. Como otro ejemplo de esas paradojas del destino a las que es adicta la política argentina, Fernández pidió cerrar un pacto con el presidente del Boca Juniors, Mauricio Macri, que intentaba dar por primera vez el salto a la política. El intermediario fue el entonces jefe del servicio secreto, Miguel Angel Toma, quien presidía el peronismo porteño, que apoyaba a Macri.

Pero los cambios se sucedieron muy rápido: Duhalde apoyó a Kirchner, que fue elegido presidente en abril de 2003 y selló un acuerdo con el progresista Ibarra, que le ganó la Alcaldía a Macri un mes después. Fernández, ya entronizado jefe de Gabinete de Kirchner, acabaría haciendo campaña contra Macri. Las vueltas de la política.

En la cima del poder

Hasta su pelea con los Kirchner en 2008, fue miembro clave del círculo más cercano del matrimonio que gobernó Argentina 12 años. Fue su jefe de campaña entre 2003 y 2007 y el impulsor de lo que se conoció como la «transversalidad»: el intento del kirchnerismo de sumar fuerzas y líderes para conformar un bloque de apariencia progresista.

Como jefe de Gabinete, nunca fue procesado por alguna de las causas de corrupción contra el kirchnerismo. Estuvo al frente del Ejecutivo que intervino el instituto de estadísticas para falsearlas, que quitó a los medios críticos la publicidad, que intervino en los medios públicos para que respondieran a los intereses del partido y fue jefe de ministros y secretarios de Estado hoy presos por corrupción.

Fernández supo cultivar buenas relaciones con EEUU y Brasil, mantuvo siempre fluido vínculo con los jerarcas de los grandes medios (en especial “Clarín”) y nunca rompió con los sectores peronistas distanciados del kirchnerismo. La grave crisis con los productores agropecuarios y el giro copernicano de Cristina Fernández con respecto a algunas cuestiones básicas en la gestión de su marido le llevó a renunciar y convertirse en uno de los mayores críticos de la expresidenta, e iniciar una carrera como consultor político de empresarios.

Desde entonces y hasta la llegada de Macri, acusó a la expresidenta de paranoica, de negar «absurda y tercamente la realidad» y de llevar adelante una «acción institucional deplorable». Y repudió el acuerdo con Irán, que –según él– «encubrió» la responsabilidad de Teherán en el atentado a una mutual judía argentina en 1995, y, sobre todo, fustigó su gestión económica «destructiva».

En 2013, fue jefe de campaña y asesor del excandidato presidencial Sergio Massa, un peronista liberal a quien dejó a los dos años, y ya con el Gobierno de Cambiemos, se esforzó en unir al heterogéneo peronismo hasta que, a principios de año, un intermediario aconsejó a la expresidenta reunirse con él. El encuentro dio frutos: ganaron las presidenciales.

Los Fernández volverán en diciembre al Ejecutivo, pero en papeles distintos. Inteligente y buen orador, con reconocida capacidad para construir vínculos personales, Alberto Fernández nunca podría haberlo logrado solo. El respaldo de la expresidenta puede ser un ancla, y él parece saberlo: fuera de micros sugiere que viene un nuevo tiempo, menos conflictivo, que encarnará una superación del kirchnerismo. Su mayor reto es, ahora, gobernar sin que el peso de ella, fuente de buena parte de sus votos, le haga más sombra de la que precisa.