Iñaki ZARATIEGI
MÚSICA

Cubanísima

Pinchó Omara Portuondo Peláez en el Kursaal mayor y su show se trasladó a una Sala de Cámara abarrotada de gente entrada en años, a tono con los 89 otoños que la dama cubana había cumplido la víspera. El cambio de escenario ganó en calor pero, al menos desde la zona cercana a escena, la saturación del sonido (teclados invasivos, set rítmico convertido en sordo eco) avinagró el azúcar.

Fue en los tiempos no vocales (intermedio, final) cuando se adivinó más nítida la potencia instrumental de piano y grupo. Y poco ayudó el soporte sonoro a la apagada voz de la estrella: no fue fácil seguirla por lo bajo y su otrora chorro de voz agudo lo ha mermado el tiempo.

Socorrida por el omnipresente pianista Fonseca, doña Portuondo va justa de movilidad, pero da la vuelta a su fragilidad dirigiendo la fiesta desde su silla. Simpaticona, chispeante, sustituye los contoneos de cadera de tiempos mozos por animosos movimientos en su larga túnica y sandalias de “chancletera”.

Tira la artista de Cayo Hueso de un repertorio standard que no busca el filin íntimo sino la interacción con el público. La hermosa melancolía del bolero (“Adiós felicidad”, “Dos gardenias”, “Lágrimas negras”, la habanera “20 años”) se cuartea por la invitación a la colaboración de la sala y los comentarios de la protagonista. Aunque lo importante fue la fiesta (“Soy cubana”, “La Sitiera-Guantanamera”, “Tal vez” “Bésame mucho”) con un repetido “Cuba, Cuba” y la bandera en escena. Como reza el título de su gira, Omara es Cuba y puede que este sea su último beso escénico.