«La llamada economía colaborativa es una nueva forma de esclavitud»
Nacido en Nuneaton en 1936, a sus 83 años, Ken Loach lleva a gala seguir siendo una de las voces más radicales del cine contemporáneo. Dos veces ganador de la Palma de Oro en Cannes y autor de una filmografía inabarcable donde se ha esforzado por dar voz a los parias, a los oprimidos y a los exluidos, acaba de estrenar «Sorry We Missed You», un film sobre las nuevas formas de explotación laboral.
En su última realización (donde vuelve a formar equipo con el guionista Paul Laverty y con la productora Rebecca O’Brien), Ken Loach narra el día a día de Ricky, uno de esos falsos autónomos que, tras una larga temporada desempleado, resuelve comprarse una furgoneta para entrar a formar parte de una empresa de mensajería. Las exigencias laborales a las que se enfrenta, el escenario de precariedad en el que se desenvuelve y el poco tiempo que le queda para ejercer de padre de un adolescente conflictivo marcan la cotidianidad de este representante del nuevo proletariado.
Si algo caracterizaba su cine hasta no hace mucho era la introducción de elementos irónicos a la hora de retratar las condiciones de vida de la clase trabajadora. Sin embargo, tanto aquí como en «Yo, Daniel Blake», su anterior película, el humor aparece desterrado de la historia. ¿Es esto algo premeditado?
Yo nunca he renunciado al humor, pero estoy muy condicionado por los temas que abordo en mis películas. En “Sorry We Missed You”, como ya ocurría en “Yo, Daniel Blake”, la realidad que reflejamos resulta tan sombría que es difícil abordarla desde el humor aunque este llegue a emerger en momentos puntuales; por ejemplo, a cuenta de la discusión sobre fútbol que mantiene el protagonista con uno de sus clientes. Dicho lo cual, no me sentiría cómodo abordando desde la ironía una situación de degradación laboral tan seria como la que mostramos en el filme.
En «Sorry We Missed You» usted refleja las derivas de eso que se ha dado en llamar economía colaborativa. ¿Cree que estamos ante una nueva forma de explotación laboral o, más bien, de auto explotación?
Es una forma de auto explotación encubierta que para el empresario resulta fantástica ya que él no tiene ninguna responsabilidad sobre el trabajador quien, además, renuncia a todos sus derechos laborales, a sus vacaciones pagadas y, por si fuera poco, tampoco puede ponerse enfermo porque si no trabaja no cobra. Ese es el escenario al que se enfrenta la clase trabajadora hoy en día. La llamada economía colaborativa es una nueva forma de esclavitud.
En la película incide en la importancia que tiene la educación de los hijos e hijas. ¿Considera que volcarse en ella es importante de cara a revertir ese escenario de precariedad que se muestra en el filme?
Las familias son las principales damnificadas por ese nuevo escenario laboral que estamos construyendo. Cuando escribimos el guion de “Sorry We Missed You” hablamos con muchas personas y todas nos decían lo mismo: «Estar diez y doce horas fuera de casa trabajando cada día se me hace insoportable pero los que peor lo llevan son mis hijos».
El hecho de llegar a tu casa exhausto y no poder dedicar prácticamente nada de tu tiempo a estar con tus hijos tiene consecuencias directas sobre la educación de estos y sobre su comportamiento.
¿Cree que la institución familiar es la última frontera que le queda por derribar al sistema capitalista?
Sí porque la familia es el único lugar donde nos sentimos seguros y la seguridad hace que se refuercen las relaciones de solidaridad. No es casualidad que, en los últimos años, los poderes económicos hayan dedicado sus esfuerzos a desmontar el Estado del bienestar. Tener un trabajo seguro, un salario digno, una casa, una sanidad y una educación gratuitas, nos predispone a ayudar a los demás mientras que si carecemos de todo eso nos vemos impelidos a protegernos y a defendernos, a velar porque nadie nos arrebate lo poco que tenemos. Es decir, nos volvemos egoístas y desconfiados y vemos a nuestros semejantes como una amenaza.
¿Es ese sentido de la solidaridad el que define su relación, como director, con los protagonistas de sus películas?
Los personajes de mis películas y las historias que cuento en ellas parten de un proceso de creación colectivo. En todos mis largometrajes está mi punto de vista pero también el de Paul Laverty, mi guionista, y el de Rebecca O´Brien, mi productora. Juntos formamos un equipo. Dicho lo cual, efectivamente, creo que lo que define nuestro trabajo es la solidaridad que sentimos hacia nuestros personajes y nuestro objetivo es que el espectador empatice con ellos, que pueda sentir la situación de vulnerabilidad en la que se encuentran. Ahora bien, para alcanzar ese objetivo lo principal es construir una buena historia, no basta con enunciar ni denunciar ciertos aspectos de la realidad porque eso terminaría por resultarle aburrido al espectador y a mí no me gusta ejercer de propagandista. Cualquier idea, cualquier pensamiento que queramos compartir debe estar implícito en la historia que contamos.
Usted forma parte de una generación de cineastas que comenzó trabajando en televisión recogiendo el testigo del «Free Cinema» y acentuando el enfoque político de sus propuestas. ¿Ha cambiado mucho el cine británico desde entonces?
Ha cambiado, sobre todo, pensando en que hoy en día son ya pocos los directores con capacidad para decidir sobre el tipo de película que quieren hacer. Actualmente son los productores, los distribuidores y las instituciones encargadas de financiar las películas las que imponen su criterio y ninguno de ellos aboga por un cine radical, comprometido ideológicamente; son parte del establishment y al establishment lo que le interesa es tener a la gente desmovilizada intelectualmente, de ahí que únicamente haya dinero para rodar comedias románticas o divertimentos pueriles.
¿Cuándo diría que el cine británico perdió ese punch ideológico que lo definió durante tanto tiempo?
Durante el thatcherismo, eso es indudable. Fue entonces cuando se empezó a inculcar en las nuevas generaciones una cultura del individualismo que, en lo que se refiere a la creación cinematográfica, se tradujo en la necesidad de trabajar única y exclusivamente buscando el propio reconocimiento, sin entrar en otras consideraciones. Por el contrario, yo crecí en una época, los años 50, donde la gente trabajaba por el bien común, había esa idea de solidaridad, de apoyarse los unos en los otros. Todo eso fue desapareciendo, de la sociedad y del cine. No obstante, para ser justo, tengo que decir que actualmente, en Gran Bretaña, hay muchos jóvenes directores empeñados en hacer un cine militante, comprometido. Su tragedia es que tienen poco margen para hacer lo que quieren.
¿Y el Brexit? ¿Cómo cree que afectará a la clase obrera británica, a toda esa gente que protagoniza sus películas?
Bueno, a la clase obrera británica peor no le puede ir, con o sin Brexit, aunque si al final nos salimos de Europa sin llegar a un acuerdo con la UE puede que la economía se resienta a unos niveles que al final reviertan negativamente sobre aquellos que están en una situación ya de por sí precaria que, como siempre, son los primeros en pagar el pato. Dicho esto, lo ideal es que el Brexit estuviera tutelado por un gobierno de izquierdas que garantizase el mantenimiento de unos servicios públicos y mantuviese una política de fronteras abiertas con la UE. Antes ha mencionado que la familia es el último reducto donde se mantienen firmes las relaciones de solidaridad.
Sin embargo, en su película, muestra cómo esos vínculos aún siguen vigentes en el ámbito laboral. ¿Está pecando de optimista?
No, yo creo que no. Cuando pides ayuda a un compañero de trabajo la reacción natural es decir ‘no te preocupes, hoy por ti mañana por mí’. Siempre puede haber una o dos personas más egoístas que te pueden negar su apoyo, pero yo creo que lo normal es lo otro. Ahora bien, tampoco soy un ingenuo y sé de sobra que esos mecanismos de competitividad que muchas veces alientan las empresas entre sus trabajadores son la excusa perfecta para negar la ayuda al compañero porque no hay nada peor que mostrar síntomas de debilidad ante tus superiores. A veces los primeros en aceptar la explotación laboral son los propios trabajadores.