Ética punzante
Aunque ver a Carlos Urquijo pelear por una dosis de censura para pasar el mono ha sido hilarante, la campaña desatada contra José Ramón López de Abetxuko por los sospechosos habituales constituye un síntoma preocupante de lo lejos que estamos de alcanzar, no ya un escenario democrático, sino cierta normalidad convivencial en este país.
Desde luego, no resulta edificante que la Universidad pública ande sacando comunicados para explicar por qué cede un local a grupos que trabajan en defensa de los derechos humanos, y menos que añada, como pidiendo perdón, que permitir que alguien hable en el campus no significa que comparta sus «reflexiones o motivaciones». Pues claro, oigan, la institución no tiene por qué compartir nada. Aunque estaría bien saber exactamente qué reflexión no comparte quien redactó la nota.
Con todo, entre las horcas y los rastrillos, probablemente la intervención más lamentable en este episodio, con permiso de Lander zer hintzen eta non hago Martínez, la ha protagonizado Josu Erkoreka. En primer lugar, porque como portavoz del Gobierno debería haber salido en defensa de una persona que, con todos sus derechos intactos, ha sido acosada y zarandeada.
Pero es que además, no ha tenido mejor idea que apelar a la ética para sugerir que el expreso gasteiztarra no tendría que haber narrado en primera persona cómo es eso de pasar buena parte de los 31 años que ha estado encarcelado padeciendo una enfermedad coronaria grave. Desde que descubrieron el suelo ético, los jeltzales lo esgrimen igual que Curro Jiménez sacaba la faca; con demasiada frecuencia y siempre para hacer daño.
Lo que no es ético es que aún hoy, año octavo después de Aiete, cientos de familias sigan jugando a la ruleta rusa de la dispersión cada fin de semana, o que una veintena de personas libren una doble batalla contra su enfermedad y contra un sistema penitenciario enfermizo.
Le llaman oasis a esta parte del país donde el PSE, cuarto partido en el Parlamento, pone los límites al autogobierno; Covite pone los límites a la libertad de expresión; y el PNV no le pone límites a su desvergüenza.