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JOPUNTUA

El inconsciente de Ortuzar


Sí, el título de esta columna admite interpretaciones diferentes; que cada cual elija la suya).

Sentencia de un grave asunto de corrupción en el oasis occidental, esto es, en la Comunidad Autónoma del País Vasco. En el otro, en el navarro, la corrupción fue una de las claves de la crisis del liderazgo institucional de UPN, partido que sigue sin recuperarse del golpe, por cierto.

Volviendo al conocido como «caso De Miguel», las personas condenadas estaban relacionadas con el PNV y adquirieron las posiciones de poder de las que se beneficiaron gracias a los resultados electorales de este partido. Sin embargo, lejos de asumir su responsabilidad política, los jeltzales han oscilado, durante toda la trayectoria jurídica del asunto, entre la defensa de la integridad de quienes ahora han sido condenados, el distanciamiento y el autobombo.

Sí, autobombo, por alucinante que parezca. Es lo que tiene la soberbia de una élite atornillada a las instituciones, convencida de que son puras prolongaciones de sus estructuras partidarias; hasta la salida a la luz de prácticas corruptas se convierte en ocasión para alardear de la firmeza frente a las conductas inapropiadas.

También en UPN creían que las instituciones eran su cortijo y nadie osaría desplazarlos de las posiciones logradas gracias a la estigmatización de la crítica política, ilegalizaciones incluidas. Pero se equivocaban y su soberbia les impidió ver que el relato del idílico oasis se iba resquebrajando. Por supuesto, como ahora hace el PNV, se quisieron presentar como víctimas y echaron mano del comodín del «terrorismo».

Todo esto me vino a la memoria cuando Ortuzar, azotado por la ola del «caso De Miguel», no tuvo mejor idea que referirse al «impuesto revolucionario». ¿Lo hizo inconsciente de la caducidad de ese discurso tan manido o, precisamente, en un desliz del inconsciente?

Que cada cual elija su respuesta, o se quede con las dos, ¿por qué no?