30-E, sabotaje del Gobierno
Tras las elecciones del 11-N, en una Euskal Etxea, estudiantes de euskera me decían que «vaya suerte teníamos en el mapa electoral vasco de tener tan poca presencia de Vox, Ciudadanos y Partido Popular», a lo que les respondí que con el PNV teníamos bastante, dado que representa una derecha cada vez más conservadora, y un tipo de nacionalismo igual de rancio que el resto de nacionalismos de derechas.
Este «partido único» lleva décadas gobernando cada vez más instituciones con la colaboración y condescendencia del resto de partidos y, cuando le salpica un caso de corrupción en su gestión mafiosa de las instituciones, se limita a «pedir perdón» y exonerar a los condenados. Hace lo que todos cuando una mayoría sindical convoca una huelga general como la del 30-E: manipular la información en los medios públicos y privados que controla, acusando de «manipuladores y violentos» a sus convocantes, y a quienes han salido a la calle, dejando de cobrar una parte de su exiguo salario, para manifestarse masiva y pacíficamente a favor de los derechos laborales y sociales. Y para quedar bien ante sus televidentes, reconoce como dignas las reivindicaciones en defensa de los mismos, tratándonos de engañar con un discurso hipócrita, contrario a su práctica política neoliberal y antisoberanista.
Para ello, las estrategias de siempre: manipular los datos de seguimiento para crear una apariencia de fracaso, y criminalizarla, movilizando a su policía autonómica para bombardearnos con noticias sobre acciones coercitivas puntuales de piquetes, o mostrando reiterativamente hechos aislados de sabotaje, en cualquier caso, rechazables por quienes la convocan. Ni una palabra de la coacción brutal que ejercen las empresas sobre sus trabajadores para impedir que vayan a la huelga. Ninguna originalidad, espíritu de diálogo o intención de cambiar sus políticas clasistas y antiobreras, eso sí, disfrazadas, como siempre, de un talante ecuánime, equidistante y ponderado para que no se les vea el plumero.