29 FEB. 2020 TEMPLOS CINÉFILOS El Mal que irradia Victor ESQUIROL Hasta aquí llegamos, y hasta aquí llegó la 70ª Berlinale. Quedan aún un par de jornadas por celebrarse, cierto, pero escribo estas líneas habiendo visto todo lo que tenía que ofrecernos la Sección Oficial a Competición, una impresionante selección de películas que se cerró con la entrada a última hora de dos autores siempre presentes en el ecosistema festivalero. El primero en hacer acto de presencia fue Rithy Panh, quien presentó el documental “Irradiés”, intenso video-collage sobre las propiedades radioactivas del Mal. Tomando a Hiroshima como infausto epicentro narrativo, el cineasta camboyano hizo estallar un dispositivo cuya onda expansiva arrasó con cualquier contra-argumento que pudiera plantear la Humanidad. La pantalla se partió en tres, y se convirtió en una especie de arca del Mal. Este maestro de la memoria histórica volvió a bucear por las profundidades más abismales del material de archivo, y ahí dio con nuestra peor versión, la que después de descubrir el poder de los dioses… decidió emplearlo en contra de sus propios hermanos. Fue una sesión en la que los mismísimos jinetes del Apocalipsis conquistaron el Berlinale Palast. El proyector nos mostraba guerras, hambrunas, enfermedades y grandes celebraciones de regímenes totalitarios. El hombre quedó reducido a carne a punto de ser triturada por la más execrable maquinaria de la muerte. Removió el estómago y partió el corazón. De nada sirvieron las últimas llamadas al optimismo que nos mandó el director: estábamos igualmente triturados. La puntilla la dio Mohammad Rasoulof con “There Is No Evil”, película dividida en cuatro cuentos distintos que tuvieron la pena de muerte como su denominador común. Todo esto para hablar de la sociedad de Irán, país natal del propio director. Y sí, por desgracia, el hombre padece los efectos de la censura de su gobierno. Pero analizando la película, esta sufrió el mal que acaba caracterizando a casi todos los productos episódicos: la irregularidad. La primera historia expuesta fue una clase magistral de gestión del tiempo narrativo en las condiciones más inhumanas, pero las tres que siguieron, tiraron de efectismos para tocar descaradamente la fibra sensible del espectador, un gesto que siempre delata la falta de esperanza en la inteligencia de este. Lástima. Y ahora sí que sí. Solo queda esperar. En unas horas, sabremos la configuración del palmarés de esta estupenda 70ª edición de la Berlinale. Dependerá todo de Jeremy Irons y de sus colegas de jurado, en cuyas manos está adjudicar uno de los Osos de Oro más caros que se recuerdan. La competencia entre los grandes autores invocados concretó los mejores pronósticos, y claro, en una colección donde tenemos a las mejores versiones de Hong Sangsoo, Kelly Reichardt, Philippe Garrel, Eliza Hittman, Tsai Ming-liang o Christian Petzold, cuesta señalar cuál de todos ellos fue el mejor. Si de mí dependiera (porque la gracia es mojarse), me quedaría con el primero, pero lo importante, y lo que creo que mejor habla de este certamen, es que me alegraría profundamente si cualquiera de los demás fuera el elegido. Veremos.