19 MAR. 2020 JOPUNTUA La multitud en las calles vacias Itziar Ziga Escritora y feminista Una encantadora tarde estival, follando en Barcelona, tuve una epifanía. Había emprendido el descenso glorioso y a medio camino, entre el éxtasis y el fervor, olvidé qué divino cachito de carne iba a encontrarme, si un coño o una polla. Supe en aquel precioso instante que había llegado justo a dónde siempre quise estar. Era un polla la que me esperaba exultante, la de un escultural chapero y amigo ruso. Yo tenía 29 años; él, 19. Piel con piel, la corriente eléctrica que te conecta con cada palpitante otredad a la que te aventures en tu vida será única. No follo de manera diferente con mujeres que con hombres, para empezar porque ni siquiera siento que folle con mujeres y con hombres. Una noche de sabbath hace seis años, me atravesó otra epifanía, esta vez en Berlín. La Petra, un músico maricón y amigo que llegó siendo un niño con su madre y su abuela en coche desde Sicilia, huyendo de la heroína, el anochecer en que caía el muro, nos llevó al Kit Kat, su bacanal favorita. Nada más entrar, me sentí más en casa que nunca. Una chica espléndida y desnuda Down se la mamaba con amor y lujuria a un bellísimo anciano. Un hombre gigante y negro se masturbaba dulcemente en un sofá, desde su esquina en penumbra, sosteniendo con su enardecida mirada a la dichosa multitud. Una japonesa hierática y generosa se levantaba su túnica blanca y cualquier bruja se arrodillaba para amorrarse entre sus muslos. Aquel era el lugar más libre y más feliz del mundo, sentí que nada malo podría pasarle allí a nadie. Esa música sideral y oscura de Berlín, dos dragones escupían fuego en lo alto de un muro. Le anuncié a La Petra: cuando vuelva a dolerme la humanidad, me acordaré de que existe el akelarre eterno, siempre. De pronto, tenemos que hacer algo que nunca imaginamos, y lo hacemos. No por mandato, sino porque hay que hacerlo. Nos recluimos en nuestras casas excepcionalmente pero estamos menos aisladas que nunca, conscientes de que cada cuerpo que respira está conectado con el resto. Y veo en las calles vacías la puerta del akelarre eterno. Nos recluimos en nuestras casas excepcionalmente pero estamos menos aisladas que nunca, conscientes de que cada cuerpo que respira está conectado con el resto