30 MAR. 2020 JOPUNTUA El amor en los tiempos del virus Anjel Ordóñez Periodista Parece ser que el virus que provoca el Covid-19 no se transmite por vía sexual. Según los especialistas, el bicho no está presente ni en el semen ni en las secreciones vaginales. Por ese lado, tranquilos y tranquilas. La cosa cambia con los besos. El virus se propaga por las gotitas respiratorias de una persona infectada cuando tose, estornuda o habla muy cerca. Se cae de su peso: los besos, como el de Judas, pueden matar. Pero, en teoría, si nos lavamos bien las manos y mantenemos una distancia prudencial entre las bocas..., a tope con el asunto, que son cuatro días y alternativas posturales, a poco que las busquemos, las encontramos seguro. Perdonen ustedes si el párrafo anterior ha sonado frívolo. No era mi intención. Vaya por delante el mayor de mis respetos para los familiares de los fallecidos y enfermos, y para los que cada día arriesgan su integridad física en la lucha contra la pandemia, que son muchos. Pero coincidirán conmigo en que ni el problema era solo un chiste cuando estaba localizado en el otro confín del globo, ni ahora que nos toca de cerca debe convertirse en un agente paralizador que ahogue nuestra idiosincrasia individual y colectiva a través del miedo. Porque, sinceramente, el virus no me hace gracia, pero menos gracia me hace ver a los militares en la televisión, a los mandos del cohete. En cuestión, no de semanas, sino de días, las autoridades españolas (y, para ser justos, también las de medio mundo) han pasado de subestimar irresponsablemente la amenaza, a utilizar lenguajes y políticas de corte marcial fundamentadas en un terror desmedido, que nos sitúan en la práctica en un estado de excepción asimilable al de periodos pre-bélicos. La cosa es seria, sin duda. Y no sé si la estrategia horizontal es mejor que la vertical para frenar el devastador impacto que la sociedad va a sufrir. Por si acaso, me quedo en casa. Pero ni el virus, ni los militares, ni el sursuncorda van a evitar que eche un polvo irreverente a la salud del obispo, para agradecerle que el otro día me alegrase el desayuno conduciendo por encima de sus posibilidades. ¡Salud! Sinceramente, el virus no me hace gracia, pero menos gracia me hace ver a los militares en la televisión, a los mandos del cohete