GARA Euskal Herriko egunkaria
EDITORIALA

Construir la memoria que nos hará reconocernos como pueblo


Hace unas semanas era impensable que el Aberri Eguna fuese a celebrarse este año con más de mil personas muertas por el coronavirus en Euskal Herria, con centenares de personas hospitalizadas, con los servicios sanitarios al límite y con toda la ciudadanía vasca confinada en sus casas. Pero la resiliencia de un pueblo está en su capacidad para repensarse, recalcular sus estrategias y reconstruir sus acuerdos.

La trágica realidad que sufre todo el mundo ha hecho que las agendas tradicionales cambien y se convoque un Aberri Eguna unitario, que servirá como ejercicio de duelo comunitario por las personas fallecidas en esta crisis y en apoyo a sus familias. Incluso más allá de las víctimas directas del coronavirus, puesto que la pandemia ha provocado que no se pueda despedir a los muertos según sus creencias y rituales.

Si tradicionalmente, en las celebraciones de las fuerzas abertzales, los días de la patria vasca servían como homenaje a quienes habían sacrificado su vida por ella, a los gudaris, en esta ocasión ese homenaje se volcará en el cuerpo sanitario y civil que está asumiendo mayores riesgos para salvar las vidas de los enfermos, por un lado, y hacer la vida del resto de la sociedad más llevadera, por el otro. Es un homenaje a todas esas personas, desde los y las sanitarias hasta quienes reponen los víveres en los comercios. En grados diferentes, lógicamente, su labor está siendo ejemplar.

En la mayoría de casos, trabajan sin las condiciones de seguridad que demanda la situación. Tristemente, a partir del martes, a quienes toman esos riesgos por razones de causa mayor se sumarán en Araba, Bizkaia, Gipuzkoa y Nafarroa otros miles de trabajadores. Se quiebra así el sentido de la estrategia de confinamiento. Las empresas vascas y las y los trabajadores tienen el deber de hacerlo lo mejor que puedan. No se lo ponen fácil.

Reflejos tristes del pasado y de intereses

Es cierto que no todo el mundo es capaz de abandonar sus agendas particulares ni los esquemas del pasado. Se ve en la crisis y se ve en el Aberri Eguna. Los hay que ponen condiciones que aunque se cumplan no garantizan su participación leal. Hay otros que ponen como condición que aquellos no estén, porque hay que confrontar con ellos y no cabe concertación. Para unos la transversalidad es todo en lo que no participe EH Bildu y para otros la autonomía es que el resto haga lo que dicen. Y al final, en una cómica farsa, ambas organizaciones quedan fuera; o con un pie dentro, dedicado a patalear.

Por el contrario, fuerzas ajenas a la tradición abertzale, como Elkarrekin Podemos, ven la pluralidad de los convocantes, confirman su acuerdo con el contenido de los discursos, se sienten cómodos con los actos, y en esta situación crítica, se suman. ¡Qué contraste!

Hay que estar a la altura del momento y del país.

Hacer lo decente, que no nos arrepintamos

En una entrevista de 1991 publicada en “The New York Review of Books” (y recogida en “Sobre el nacionalismo”, 2019, Página Indómita), el pensador Isaiah Berlin reflexiona sobre el valor del pluralismo y un nacionalismo que conforme «un mundo que sea un tapiz de diversos colores razonablemente pacífico, uno en el que cada porción desarrolle su propia y distintiva identidad cultural y sea tolerante con las demás». Se resiste a pensar que esto sea «un sueño utópico».

Berlin hace otra reflexión que puede servir para este momento inaudito: «Para Herder, no hay nada relevante ni en la raza ni en la sangre. Él tan solo habla de la tierra, la lengua, las costumbres y la memoria comunes. Su idea central, como alguna vez me dijo un amigo montenegrino, es que la soledad no consiste únicamente en la ausencia de otros, sino más bien en vivir entre gente que no entiende lo que dices; uno solo puede ser entendido si pertenece a una comunidad donde la comunicación se da sin esfuerzo, casi de manera instintiva».

No hay otra manera de superar la soledad a la que nos ha forzado el coronavirus que buscando esa comunicación con el resto de miembros de la comunidad, con los militantes de nuestra nación y, cómo no, con toda la ciudadanía vasca. En la memoria común de esa ciudadanía quedará impregnada la manera particular en la que se hizo frente a esta crisis. Lo que hicieron los dirigentes, quizás, pero sobre todo lo que hicieron los vecinos y vecinas. El amor a la patria vasca es, ha sido siempre, la militancia en favor de sus gentes.