13 ABR. 2020 JOPUNTUA Bioética y humildad Anjel Ordoñez Periodista La turritopsis nutricula es una especie de ameba originaria del Caribe. Apenas mide cuatro milímetros, pero es capaz de revertir su edad adulta a una sexualmente inmadura, convirtiéndose así en biológicamente inmortal. Subrayo lo de «biológicamente», porque, en la práctica, la ilusión de vida eterna de este transparente manojo de tentáculos termina siempre en el mismo sitio: el estómago de algún pez diminuto, pero hambriento. La comunidad científica lleva décadas sin ponerse de acuerdo sobre si el virus es o no es un ser vivo. Desde luego, lo parece. Se trata de una molécula compleja capaz de realizar dos de las funciones características de los seres vivos: relacionarse y reproducirse. Busca la supervivencia. Pero no de manera autónoma, necesita de otras células, por ejemplo, las humanas, a las que invadir y matar para poder multiplicarse. Y, al parecer, no lo hace adrede, no toma decisiones que determinen esta conducta. Hace lo que hace por su particular naturaleza, sin más pretensiones. La cuestión es que, ser vivo o no, consciente o inconscientemente, este virus ha puesto en jaque a toda una civilización. Ha roto todos los diques de contención, naturales o artificiales, de una especie, la humana, que se tenía por invencible y que, en los últimos tiempos, se atrevía incluso a fantasear con la inmortalidad. El posthumanismo o el transhumanismo son expresiones extremas de esta tendencia que ha cuajado entre sujetos con inmensos recursos económicos, que invierten fortunas en financiar costosas investigaciones que persiguen revertir el proceso de envejecimiento. Nada menos. Ha tenido que ser el más diminuto de los seres el que haya dado al ser humano la mayor lección de bioética que podía recibir. Llevamos miles de años empeñados en someter a la naturaleza, en domeñar sus leyes a nuestro antojo; en domesticar, cuando no aniquilar, al resto de las especies. Miles de años abusando de la posición de depredador dominante dotado con una potencial arma de destrucción masiva: la inteligencia. Y han bastado unos meses para darnos cuenta, como la ameba, de la fragilidad de nuestra quimera inmortal. Saldremos de ésta, pero, ¿habremos aprendido algo? Ha roto todos los diques de contención, naturales o artificiales, de una especie, la humana, que se tenía por invencible y que, en los últimos tiempos, se atrevía incluso a fantasear con la inmortalidad