16 ABR. 2020 MAÑANA Jon MAIA SORIA Todavía lo recordamos como si fuera ayer pasaría con el nombre de “La gran lección” a los libros de historia. Y es que fue entonces cuando empezó a cambiar todo, el mundo que hasta entonces habíamos conocido aquello que llamábamos normalidad “La normalidad” el sistema que nos puso a todos en riesgo de muerte En pocos días miles y miles de personas empezaron a morir en todo el mundo tanto en los pueblos más ricos como en los más pobres mucha era gente que todavía debería estar viva aún hoy, si hubiéramos estado preparados... Nos dimos cuenta de que aquello no era normal cuando nos percatamos que nos faltaban camas para que la gente cayese muerta cuando empezaron a faltar aparatos de respiración cuando nos dimos cuenta que no teníamos protección suficiente era demasiado tarde todos nos metimos en nuestras casas para esquivar y frenar a la muerte fue entonces cuando comencé a escribir versos como voluntario, para la gente afectada Mientras tanto, la muerte seguía expandiéndose por todo el planeta eran en vano las leyes, vallas, alambradas y mares en vano ejércitos y policías Por primera vez conocimos algo capaz de frenar al sistema alimentado en gran medida, por nosotros mismos Observábamos atónitos por televisión filas interminables de habitantes de las grandes potencias económicas en busca de suministros y alimentos grandes morgues improvisadas en las calles hospitales de campaña… el sistema no estaba diseñado para salvarnos, ni siquiera nos avisó a tiempo aun viéndolo venir Simplemente esperó al virus sin prepararse, prepotente y autocomplaciente Pero de este a oeste, de norte a sur, aquel virus paró al sistema que había dejado a un lado al ser humano, ahora que no era productivo, ahora que no consumía “moríos en las calles y en vuestras residencias de ancianos” nos decía Los pobres morían antes y más rápido pero ni la riqueza ingente acumulada garantizaba a nadie la vida Nos dimos cuenta, quizás por primera vez que la solución no era como siempre nos habían inculcado, salvarse uno mismo sino que la única manera de salvarse uno mismo era salvarnos todos Entonces se descubrió ante nosotros más claro que nunca lo que denominaríamos “El gran desastre” que solo unos cuantos tuvieran tanta riqueza como el resto del mundo se convirtió en una trampa mortal para todos la mayoría de la gente en el mundo no tenía recursos suficientes para hacer frente a aquel virus que iba comiendo por dentro al sistema y era aquel gran desequilibrio mundial en el que vivíamos el que nos estaba condenando No podíamos pararlo ni siquiera nosotros en aquel mundo construido por el todopoderoso hombre blanco occidental teníamos recursos ¿Porqué antepusimos durante tantas décadas la producción, el beneficio propio, el consumo… a la persona, la naturaleza, la vida, la comunidad? ¿Cómo habíamos construido mediante un andamiaje de leyes, costumbres y estructuras todo aquel sistema sobre los cimientos de la explotación y violación de la mujer? Y lo que es peor, ¿cómo habíamos convivido con ello durante tanto tiempo? ¿Cómo primamos el más al todos? ¿Que algunos fuéramos más rápido a que todos pudiéramos ir? ¿Cómo llegamos a comer comida que podíamos producir aquí, traída en aviones y barcos desde cualquier parte del mundo? ¿Cómo habiendo tanta riqueza acumulada en tan pocas manos, no teníamos todos lo necesario para vivir? Recuerdo cómo unas semanas antes a todo aquello, cerca de casa dos trabajadores fueron sepultados bajo los escombros de un vertedero privado. Fue como un aviso, una metáfora mortal de los valores que primaban por aquel entonces… Todo aquello, tan normal y asumido en nuestra forma de vida, se volvió en nuestra contra ante aquella pandemia. ¿Qué estaban haciendo con nosotros? Encerrados en casa, nos dimos cuenta que todo aquel artificio no nos valía ya. La mayoría de anuncios televisivos quedaron de repente fuera de lugar. En aquellas semanas no éramos los mismos sujetos de consumo en los que nos habían convertido. Nuestros cánones y paradigmas de felicidad y fortaleza se derrumbaron, lo esencial no era lo que siempre nos habían vendido…todo aquello no valía para salvar vidas. Salía lo mejor y lo peor de nosotros mismos, esperpentos, carencias, habilidades escondidas, sueños y fantasmas. Nos agarrábamos a canciones, libros, películas y series para no caer… mucha gente conoció sus límites. Otros los reventaron. Aquello parecía una película de ciencia ficción, pero sin ficción. Me seguían llegando peticiones de versos para amigos y familiares afectados por la situación: enfermos aislados, trabajadoras y trabajadores de la sanidad, muertos, embarazadas, niñas y niños tristes, casos de soledad de todo tipo, nacimientos… me di cuenta de que la televisión no reflejaba la amplitud del drama. A veces lloraba escribiendo aquellos versos. Y ante la dejación que el sistema hacía de nuestras vidas, empezamos a reaccionar, a dibujar los trazos de una nueva forma de cuidarnos y entender la vida en comunidad. Empezamos a fabricar nosotros mismos equipamientos para salvar nuestras vidas en fábricas y pequeños locales, construimos nuevos mecanismos afectivos, redes ciudadanas de cuidados mutuos, nos interesábamos los unos por los otros como nunca antes… eran brotes de una nueva vida. Hoy, todo ello es parte del legado que nos dejó “La gran lección”. Sin embargo muertos y enfermos seguían sumándose a miles… En New York socavaban fosas comunes En Guayaquil City la gente caía muerta en las calles En Lombardía camiones militares llenos de cajas mortuorias cruzaron la ciudad En Madrid los muertos se apilaban en pabellones y palacios de hielo y fue revelador ver cómo a medida que nosotros íbamos muriendo y todo nuestro entramado caía, la naturaleza resucitaba… Los ríos se depuraban la tierra supuraba El aire se limpiaba los cielos se aclaraban los mares descansaban en todo el planeta en aquel ambiente mortal, la vida empezó a florecer Ahora solo queríamos lo mas básico: respirar, un abrazo, mantener nuestra vivienda, hablar con la gente, poder comprar alimentos… Pero el sistema no se detenía, era un ente que solo sabía alimentarse comiéndose a si mismo y no sabía parar fuera cual fuera la situación. Nos engullía, empezando por los más pobres y hasta los que se creían ricos… Fuera de casa, cuando el sol pegaba enrarecía aún más con su luz aquel ambiente extraño de cantos, aplausos, memes y muertes Me fueron llegando noticias que algunos enfermos a los que escribí versos morían. Y fue peor la post-enfermedad que la enfermedad en sí. Fue suficiente la primera ola para que nuestro castillo de arena se deshiciera. De pronto, todo aquello que considerábamos riqueza nos apresó, nos ahogaba porque no podíamos sostenerlo. Y el sistema no perdonaba. Los que regían aquella maquinaria también reaccionaron, quisieron tapar eventualmente y con rapidez los agujeros que salían a la vista de todo el mundo, antes de que la gente se enfadara demasiado. Y es que, quizás como ninguno de nosotros vimos hasta entonces, el gigante y todopoderoso sistema se tambaleaba. Muchos recordaron que ya lo avisaron, otros muchos simplemente lo perdieron todo… El caso es que ante aquella nueva realidad se fue conformando una mayoría social, heterogénea, nueva, compuesta por gentes indignadas, golpeadas, concienciadas de diferentes orígenes, pensamientos y clases sociales. Una gran corriente en todo el mundo que dijo: No. Se acabó. Que no se podía seguir así. Aquella crisis planetaria fue un punto y aparte. Un hito. El antes y el después que lo cambió todo. Dijimos que era suficiente con nuestro último aliento con manifestaciones con el último aviso del banco en la mano con canciones, con la carta de despido, con la de desahucio delante de los gobiernos delante de las grandes corporaciones delante de las cajas mortuorias de nuestros familiares Los que nada tenían que perder, los que lo perdieron todo y los que no querían perder más En todo el planeta se fue gestando un escalofrío que lo sacudió todo. Nunca más. Cada vez más gente nos dimos cuenta que la solución no consistía en tapar los agujeros del sistema para volver a la situación anterior, sino que era justamente con la tierra que faltaba en esos agujeros con la que debíamos construir un nuevo mundo. La tierra nos había mandado parar hace tiempo y esta vez sí, pagándolo con nuestras vidas, empezamos a entender que todo es uno y que uno es todo que nuestra forma de vida estaba matando al planeta y por ende, a nosotros mismos que aquel consumismo y desarrollismo sin límites era insostenible Entender que la vida de todos los que habitamos el mundo vale por igual y actuar en consecuencia, fomentar nuevos cánones de felicidad y bienestar, de justicia social cambiarlo todo… Fue como una premonición, el primer día de primavera nevó. Fue emocionante ver cómo se gestó lo que hoy llamamos “La nueva mayoría”, el movimiento por la nueva vida, que ponía la vida en el centro ante los que en nombre de la seguridad querían recortar aún más derechos básicos y construir una sociedad aún más restrictiva y conservadora. Una lucha eterna, que no cesa y nunca acabará. No, el mundo no tenía un plan B y nadie de nosotros viviría dos veces. Cada vez más gente dijimos basta ya y comenzó la “Revolución de la vida”. Pedimos responsabilidades, los gobiernos empezarían a caer con el tiempo aquí y allá… Comenzamos a cambiar nuestras vidas. No fue fácil, pero el miedo, el dolor, el amor, la experiencia vivida, el enfado, la necesidad, los sueños y la conciencia juntos tienen una fuerza imparable dentro de cada uno de nosotros. Y unen a la gente y mueven el mundo. Ahora todo es bastante diferente. No somos perfectos, es un trabajo que no cesa este de vivir. Pero aunque han pasado ya muchos años, no tenemos olvidada “La gran lección”. Ahora, nuestras hijas nacen a este pequeño pedazo de tierra donde un día conseguimos poner la vida en el centro. Ahora, ellas son el centro. Llegó la vacuna contra la enfermedad, pero decidimos de una vez por todas, atacar su origen. La gran lección se enseña ahora en las escuelas, para que no vuelva a repetirse la historia. Han pasado años. En su momento parecía imposible, pero vimos la oportunidad, creímos, luchamos y ahora es nuestra verdad. Hoy, el primer día de la primavera me he acordado de todo aquello y me he puesto a escribir. Parece que viene un bonito día de abril. Oigo jugar a los niños en la calle. Estamos consiguiendo cambiar el mundo parece un sueño, pero no, no lo es también hoy el río baja limpio y todos los versos que compuse en aquellos días para tanta gente aún los tengo guardados aquí en el corazón.