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Nuestra gestión del virus


Son tiempos difíciles. De pronto, sin que nadie lo viera venir (hagamos por un momento como si la OMS no nos hubiera advertido en 2019 acerca del peligro de pandemia), nos vemos envueltos en medio de una crisis sanitaria, de un virus letal que además de haberse llevado por delante a más de 20.000 personas en todo el Estado en tan poco tiempo, ha hecho saltar por los aires lo que hasta ahora teníamos por normalidad. En mayor o menor medida, no hay un solo espacio de nuestra sociedad que no se haya visto alterado por los efectos del coronavirus.

En este contexto, cabe preguntarse qué es lo que están haciendo nuestros gobernantes, a qué se dedican y, en definitiva, de qué modo las instituciones públicas están respondiendo al reto al que nos enfrentamos. Al fin y al cabo, tras la declaración del estado de alarma y el obligado confinamiento, son las autoridades políticas (y alguna que otra de índole económica) las únicas amparadas por la ley y por la legitimidad que de esta emana para dar respuesta a la gravísima crisis que estamos viviendo.

La ciencia política nos enseña, empero, que «lo político» y todo lo que ello encierra no descansa ni se detiene, tampoco en tiempos de coronavirus. Por ejemplo, tras la declaración del estado de alarma, se decide poner al Ejército en el centro de toda la actividad, ya sea en la vía pública o en las ruedas de prensa que ofrece el Gobierno. Y ojo, porque no hablamos de hacer uso de las unidades militares que puedan colaborar en labores sanitarias o de desinfección, lo cual está muy bien, sino de la exagerada publicidad y atención que se les viene dando. Qué decir de la rocambolesca puesta en escena de los altos mandos militares y policiales: «Estamos librando una guerra; sin novedad en el frente; todos los días son lunes en la guerra; su Majestad el Rey es el primer soldado de España», y un (demasiado) largo etcétera. Metáforas bélicas para una crisis sanitaria. Uniformes condecorados cuando hacen falta batas blancas. Algo no encaja.

Personalmente, creo que todo ello es reflejo de un profundo proceso de nacionalización (no de los medios de producción, Dios nos libre) en el que se encuentra inmerso el Estado, especialmente desde que estallara el conflicto catalán. Mientras países como Corea del Sur marcan los lugares donde ha habido infectados para que la población esté al tanto y no acceda a los mismos, el Ejército español desinfecta la estación de Bilbao. ¿Pero, lo hace porque haya sido foco de infección, o porque pretende marcar simbólicamente un lugar importante del territorio vasco? Imágenes similares se han dado en Navarra, con la llegada de militares a lugares donde ni siquiera ha habido infectados. Estas actuaciones públicas coinciden, casualmente por supuesto, con el último escándalo de la Casa Real, que haciendo honor a la “Doctrina del shock” de Naomi Klein, aprovecha el estado de pánico general en el que se encuentra la sociedad para renunciar a una herencia podrida, ahora que la opinión pública (y publicada, sobre todo) mira a otro lado, los parlamentos no funcionan con normalidad y la gente no puede salir de casa para protestar (aunque lo hiciera dignamente desde las ventanas de su casa).

Si observamos con las herramientas que nos ofrece el politólogo Charles Tilly, podemos ver a un Estado (el español) que trata de mantener una capacidad alta, ejerciendo el máximo control posible sobre el territorio, las personas y los símbolos. La pregunta que deberíamos hacernos es si realmente transita por esa senda, o si por el contrario no camina hacia niveles más bajos de democracia, sin apenas avanzar en capacidad real (de mejora). Del mismo modo, podríamos observar de qué manera está actuando el Gobierno Vasco. Roto el autogobierno desde arriba (pérdida de capacidad, por lo tanto), pelea por no perder control desde abajo; es decir, trata de mantener alguna capacidad intentando canalizar (anular) la participación ciudadana que se está organizando al margen de las instituciones. En cuanto afloraron por todo el territorio las redes de apoyo vecinal, el Gobierno Vasco se lanzó a cubrir un espacio que había quedado vacío y estaba siendo cubierto por actores ajenos, por los movimientos sociales. La respuesta institucional no tardó en llegar: “Guztion artean”, red institucional de solidaridad, «siempre bajo las directrices del Departamento de Salud y el lehendakari». Si a mayor sociedad civil menor capacidad del Gobierno Vasco, la receta está clara: menor sociedad civil. Mejor dar ejemplo promoviendo modelos cívicos como la filantropía de Amancio Ortega, o el buen hacer del Rey consiguiendo mascarillas para todos.

Mientras, el país sigue sumergido en una situación de crisis, los muertos siguen aumentando y el confinamiento se mantiene. Eso sí, que la actividad económica no pare, no vaya a «entrar en coma» y tengamos que ingresarla en Osakidetza. La «sociedad del rendimiento» en la que nos encontramos inmersos según el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, definitivamente, ha asumido la función de autoexplotación: exceso de comunicación (el whatsapp nos va a estallar), exceso de producción (la economía que no pare) y exceso de rendimiento (que la docencia se mantenga lo más similar a como se diseñó a principios de curso, ignorando la situación personal de profesores y alumnos). Autoexplotación asegurada y controlada, para tranquilidad de algunos, por la legión de «policías de balcón» que acechan sin descanso. En fin, esto solo acaba de empezar, veremos cómo termina...