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AZKEN PUNTUA

Para una reflexión


El 4 de mayo, moría en Ixtlahuacán Giovanni López, mexicano, 30 años. Le detuvieron por no llevar puesta la mascarilla. «Se nos ha ido la mano», le explicó la policía a su madre cuando, horas después, se lo entregaron muerto.

El 29 de mayo, moría en Jerusalem Iyad al-Halakde, palestino, 32 años. Lo ejecutaron los soldados israelíes cuando Iyad, autista, no escuchó sus órdenes.

El 4 de junio, moría en la Araucanía chilena Alejandro Treuquil, mapuche, 37 años. Lo asesinó «un grupo indefinido de personas» tras varios días de hostigamiento, amenazas y hasta disparos de los Carabineros.

No es menos brutal matar a una persona con la rodilla en el cuello y las manos en los bolsillos, que matarlo a golpes en una comisaría; no es menos morir, morir por ser negro que por ser mapuche. Por eso es desazonador que estas muertes no hayan prendido la chispa que prendió la de George Floyd. Inexplicable que, con cada una de ellas, nos haya pasado desapercibido tanto de lo que decimos combatir.

Y creo que los muertos nos gritan que merecen, cuando menos, una reflexión. La nuestra, claro; la de las personas que nos tenemos por concienciadas y solidarias; antirracistas, anticlasistas, antifascistas, antisionistas. Una reflexión muy seria antes de que la explicación a lo inexplicable sea que, nos guste o no reconocerlo, nos vamos acostumbrando.