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REAPERTURA DEL TEATRO ARRIAGA

ACHÚCARRO CONJURA AL CORONAVIRUS

NADIE HUBIERA DICHO QUE LAS ENTRADAS SE HABÍAN AGOTADO, A LA VISTA DE CÓMO LUCÍA ANOCHE EL TEATRO ARRIAGA. EXTRAñAMENTE VACÍO, A UN 32% DE SU CAPACIDAD, Y CON UN JOAQUÍN ACHÚCARRO GENIAL DE MAESTRO DE CEREMONIAS EN LA VUELTA A LA VIDA TRAS EL COVID-19.


Tranquilo, sin ese punto de excitación de los estrenos, como si las mascarillas, las cintas de prohibido pasar –no pegaban mucho con el glamour de este teatro– o las marcas en el suelo apabullasen al público. Pero el de ayer sí era un estreno, o un reestreno tal vez, porque suponía la vuelta a la actividad de un escenario que en sus 130 años de vida, que se celebran precisamente este 2020, se les ha tenido que ver con una situación totalmente inusual: el cierre, debido a la pandemia. Y anoche la cultura volvió; un poco reducida, por el aforo; un poco apretada, por las mascarillas y las medidas de seguridad, y con dos bises y aplausos emocionados a un maestro como Joaquín Achúcarro.

Encendiendo motores

«Nuestra intención es: actividad, actividad y actividad», repetía horas antes del concierto Ignacio Malaina, director general del Arriaga. Obligado por las circunstancias, el teatro se ha tenido que amoldar a la nueva y cambiante situación: de estar celebrando el que sería uno de los grandes estrenos del año, la versión de Calixto Bieito del “Madre Coraje”, de Brecht –«la escenografía estaba montada para el estreno el 18 de marzo y no faltaba nada. Ahora está guardada y, lógicamente, la vamos a programar en cuanto se pueda, posiblemente en octubre o noviembre»–, a preparar una programación reducida, txiki, como la denominó Malaina, de solo dos meses y con espectáculos con un máximo de tres personas en el escenario. «Con el cambio de normativa del 7 de junio, se han ampliado las posibilidades de aforo hasta un 32%, que es lo que hemos puesto a la venta: de 256 butacas hemos pasado a 305. Incluso estamos por debajo de lo que dice la normativa. Esto va evolucionado día a día y es posible que dentro de unos días y unas semanas vayamos ampliando el aforo, adaptándolo a las circunstancias».

Malaina se mostraba animoso: hay que tirar para adelante. El público responde bien –se agotaron las entradas no solo para el concierto inaugural, sino para otros espectáculos, como el de Lucía Lacarra– y el teatro irá recuperando actividad. «En la medida que vayamos quitando temores y encendiendo los motores, con todas las medidas aseguradas, pero facilitando la actividad, esto va a ir a más y crecerá. Yo entiendo que llegaremos a un punto en el que el aforo también se podrá ampliar muchísimo más, si no al 100% a algo parecido, y eso lo facilitará todo», añadía.

Clase magistral

19.30 de la tarde. Público tranquilo, un poco como a la espera de a ver qué pasa, como pidiendo permiso, no en vano esta es la dinámica del desconfinamiento: entra por aquí, ponte la mascarilla, límpiate las manos, sigue las marcas del suelo, haz cola –¿también en el teatro?, se hace muy raro–... y, cuando acabe todo, escucha con atención las indicaciones de la megafonía, porque no podrás salir por dónde quieras, qué va. Los impares, al menos ayer en el Teatro Arriaga, salen por un lado y los pares, por otro.

Hasta que nos acostumbremos, esto va a resultar muy raro. Raro ver, por ejemplo, al pianista bilbaino Joaquín Achúcarro entrar y salir del escenario con mascarilla y darse cuenta también de que el maestro no puede ver las expresiones del público. «Este no es un concierto normal, porque este concierto significa que volvemos a empezar a vivir. Nos estamos poniendo enfrente del coronavirus», explicó este pianista emocionante y emocionado. Porque añadió: «Queremos vivir y disfrutar de la música, por eso esto tiene que dar buen resultado. Por eso he invitado a gente importante para que nos ayude a ponernos enfrente del coronavirus».

Esos «amigos» que le ayudaron a hacer que el público sintiera que estaba viviendo un momento especial, casi se podría decir que irrepetible, como colgado en el espacio y tiempo, eran Bach, Beethoven, Linz, Brahms... y Chopin. A Joaquín Achúcarro se le nota la vena docente –desde los 90 imparte clases en la Universidad Metodista del sur de Dallas– y que, como reconoce, le sigue apasionando tocar el piano. Desgranó la Sonata op. 109 en mi mayor de Beethoven –«es difícil no sentirse apabullado con esta sonata. Es una monstruosidad de aquel maestro que nació hace 250 años»–, paseó por Linz y llegó hasta Chopin. Dos bises, aplausos, bravos y el público en pie. Ya no parecía que el Teatro Arriaga estuviese casi vacío de público. El maestro le dio vida.