12 AGO. 2020 QUINCENA MUSICAL La música de la Errenteria medieval Mikel CHAMIZO Este concierto protagonizado por Khantoria debía haberse celebrado en mayo en el festival Musikaste de Errenteria, que hubo de ser suspendido por el Covid. Es de agradecer que la Quincena Musical haya hecho el esfuerzo por recuperarlo, ya que el medieval no es un repertorio que se escuche a menudo y menos aún con instrumentos como el organetto u órgano portatil, una joya maravillosa aún por descubrir por el gran público. Su presencia fue el único guiño verdaderamente medieval del grupo en cuanto al instrumental, más allá de las afinaciones específicas del violín y la viola, que se unieron en una bella sonoridad no temperada con el pequeño órgano de sobremesa. Aunque en un momento dado parecieron excesivas y entorpecieron el ritmo del concierto, se agradecieron las profusas explicaciones del violinista del grupo, que clarificó los lazos que unen, por ejemplo, a una antiquísima antífona a San María Magdalena con una melodía recogida por Resurrección María de Azkue a principios del siglo XX, o a un himno atribuido a San Ambrosio con “Pelegria naizela”, la canción del camino de Santiago que es uno de los ejemplos musicales más antiguos con letra en euskara. En ese sentido, fue una velada en la que el público aprendió y descubrió aspectos de su propia historia, ya que algunas de las piezas tenían una relación más o menos directa con la villa de Errenteria, como “Frantziako anderea”, muy conocida también en el area francesa pero que en la versión recogida en Errenteria contiene variantes que hacen referencia a su tradición marinera. En cualquier caso, lo importante es la música y Khantoria se mostró como un conjunto, al mismo tiempo, sensato e imaginativo. Sensato porque se negaron a hacer de la música medieval, cuyo verdadera sonoridad nunca podremos conocer, la fantasía imposible en la que caen otros grupos, que lo mismo la inundan de tambores que la llevan a extremos improvisatorios excesivamente contemporáneos. Pero sus versiones sí fueron imaginativas porque, dentro de los límites que se habían impuestos, se las arreglaron para ofrecer perspectivas ricas y variadas, encadenando, por ejemplo, varias tratamientos de la misma melodía realizados en siglos diferentes. También improvisaron, por supuesto, aunque con sutileza, como lo hizo Virginia Gonzalo en “Dum pater familias”, introduciendo breves armonías punteadas en el organetto que iluminaron por completo el paisaje sonoro sobre el que cantaba la soprano Lorena García. Hubo otros aspectos menos convincentes, como el uso excesivo del pizzicato por el violín y la viola en algunos números, pero en general el resultado fue muy equilibrado y disfrutable. Habrá una segunda oportunidad de verlo en otoño, cuando se celebre la edición de Musikaste que quedó en suspenso.