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KOLABORAZIOA

El sátrapa en su satrapía


Disfrutamos de un verano aburrido. Muy aburrido, diría. A las fiestas y festejos, a gigantes y cabezudos, txarangas, verbenas, encierros y txosnas han venido a sustituir las reprimendas de la doctora Murga, las proclamas paramilitares de Urkullu («yo soy el mando único») y las exhibiciones de fuguismo de Arantxa Tapia, que ya hubiera querido para sí el recordado Gran Houdini.

Son días de temores e incertidumbres y a las soflamas apocalípticas (oír de la boca de un gobernante que «va a morir mucha gente» resulta espeluznante) se suman los akelarres negacionistas de frikis agrupados en torno a un cantante saltarín que, por si acaso, al modo del Capitán Araña, no acude a su propia convocatoria. Por aquello de las multas, imagino.

Pero entre tanta confusión y disparate, brilla como un lucero la rocambolesca fuga del heredero de Franco, que se fue de pesca a Sanxenxo y apareció en Abu Dhabi, como si de una milagrosa transustanciación se tratara. Algo parecido hizo El Dioni con el botín del coche blindado.

No es preciso repetir ahora la lista de reputados miembros de la familia Borbón que se han dado a la fuga a lo largo de la Historia, abandonando el solar patrio que juraron defender hasta la última gota de su sangre color azul mahón.

Roma, Londres, Laussanna, Estoril… serán recordados también como los jardines de senectud de la estirpe de quienes se creyeron señalados por el dedo divino que rige la Historia y a quienes su propio pueblo les indicó la puerta de salida. Y es que en la Plaza Mayor de Madrid no brilla la afilada hoja de la guillotina, como en La Bastilla, en París.

El escándalo, que debiera ser más superlativo que mayúsculo, ha resultado amortiguado por la coherencia de una clase política ligada con lazos de sangre a la agonía del franquismo. Lo que debiera devenir en el derrumbe de un Régimen de naturaleza corrupta ha quedado en agua de borrajas, poco más que una crítica morbosa a la agitada –y batida– actividad sexual del macho alfa de La Zarzuela. Una muy efectiva estratagema para hablar de lencería y no de política.

La crítica más lacerante a la actividad del sátrapa ha llegado de quienes, después de intentar el asalto a los cielos, se conformaron con un aterrizaje forzoso en el helipuerto de La Moncloa, que han limitado su proclama republicana a una queja por la conducta «poco ejemplar» del coronado que, oculto bajo la capa de Luis Candelas, tomó las de Villadiego. Ya ven, todo muy español.

Y hasta en eso cabe discrepar. Porque tengo para mí que las actividades del Borbón fugitivo, lejos de ser poco ejemplares, resultan todo un ejemplo de lo que nos ha tocado padecer. Tomó ejemplo de su padre y su abuelo y ha dado ejemplo a hijas, yernos, hijo y nuera.

Y así estamos, otra vez con la burra a brincos. El sátrapa gozando en su nueva satrapía; los jueces, encantados de que el pez ponzoñoso se les haya escurrido entre las manos; el hijo, confinado en el palacio heredado, en comunicación por videoconferencia con el matarife de elefantes (ahora cazará camellos, digo yo); Corinna disfrutando de una bonita cantidad de millones abonados en concepto de amistad y la clase política comprometida con el testamento del Caudillo, empeñados en calafatear el casco y tapar las vías de agua del barco que amenaza con irse a pique.

Y todo lo anterior se resume en la última instrucción del Caudillo al sátrapa: «La unidad de España, Alteza. La unidad de España».

Ahí estamos.