Enlazados, separados
El panorama es el siguiente: a las ocho de la mañana se ha formado una cola kilométrica de acreditados en la entrada al recinto del Palazzo del Casinò, centro neurálgico del Festival de Cine de Venecia. Apenas sale el sol y algunos ya amenazan, entre alaridos, con entrar en paro cardíaco. El tiempo se nos echa encima, la primera película del día va a empezar y la maldita cola no avanza. Gajes de la vida festivalera... magnificados por el torpe funcionamiento de unos termómetros que no marchan tan bien como prometían los anuncios.
El trato es este: si está usted libre de síntomas sospechosos de coronavirus, entonces podrá disfrutar del cine. Perfecto; muy deseable... lo que pasa es que la infraestructura del festival, ya se ve, no está preparada para esta crisis (¿quién lo estaba?), y claro, los nervios afloran a la primera oportunidad. Dentro, los ánimos tampoco se calman: los encargados de las salas doblan esfuerzos al tener que estar vigilando, constantemente, a un patio de butacas que se parece más a un patio de colegio.
«No se quite la mascarilla, por favor», «Sepárese, respete la distancia de seguridad, por favor», «No grite, por favor», etc. La realidad, está claro, no invita a encerrarse a ver películas, pero es que además, nosotros tampoco ayudamos. Pero hay más: el drama se convierte en tragedia cuando se enciende el proyector y las imágenes nos sugieren, efectivamente, que lo mejor sería salir y disfrutar del aire libre. Si esta jornada inaugural tiene que servir como declaración de intenciones, la conclusión es que ni en el Lido nos salvaremos del apocalipsis de 2020.
Arranca la 77ª edición de la Mostra veneciana con “Lacci”, película Fuera de Concurso firmada por el actor y director Daniele Luchetti, y con Alba Rohrwacher como cabeza de cartel en el apartado actoral. De lo que se trata aquí es de contradecir al propio título; de demostrar que el acto de enlazarse no es más que la antesala de la más devastadora de las separaciones. O sea, tenemos un drama romántico que se ceba con el siempre frágil pilar de la familia.
El marido y padre mira a la mujer y madre y le confiesa sus infidelidades. En la habituación contigua, sus dos hijos tienen que hacer ver que no escuchan la pelea, y así, todo se va rompiendo. Con mareantes idas y venidas temporales, con un gusto insultante por el subrayado metafórico... con la manía de tratar una trama adulta con sensibilidad infantil. Un intrascendente desastre para empezar.
Mientras, la griega “Apples”, de Christos Nikou, da el pistoletazo de salida de la sección secundaria Orizzonti. Con esta historia de amnesias que pretenden maquillar pérdidas irreparables, nos llegan leves ecos del primer cine de Yorgos Lanthimos. Es reconfortante, sí, pero al mismo tiempo esto nos recuerda el genio inalcanzable del autor de “Canino” o “La favorita”. Identidades borradas con la escusa conveniente de una memoria deficiente; traumas que sanan o que se acentúan con la terapia de la interacción social. Interesante, pero para nada memorable. De momento, a la Venecia del coronavirus no se le puede pedir mucho más. Una jornada para olvidar, vaya.