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JOPUNTUA

Por una política soberanista de los afectos


La pandemia nos afecta y lo hace de modos diferentes, incluidos algunos de los que nos cuesta tomar conciencia. Se puede plantear en forma más o menos «esotérica» o «científica», pero muchas personas perciben o intuyen una distorsión en su relación con el mundo y el tiempo. Todo un paradigma, basado en el dominio de la naturaleza y el ideal del progreso lineal, muestra sus costuras y nos enfrentamos a los miedos seculares de nuestra especie en forma de vulnerabilidades que parecían haber quedado atrás en esa parte del planeta que suele llamarse primer mundo. Cualquier análisis crítico con perspectiva emancipadora debe ir más allá de lo inmediato e interrogarse sobre las causas, las implicaciones y los intereses en liza, sin olvidar nunca que nuestra percepción de eso que llamamos «realidad» está mediada por nuestros patrones cognitivos, creencias, ideas, costumbres, estados de ánimo, etc., sin que quepa separar emociones y racionalidad como si del agua y el aceite se tratara.

El soberanismo transformador debe ser capaz de leer el momento y las pulsiones profundas que afloran de maneras a veces irritantes, como las delirantes apelaciones al 5G y la enésima conspiración mundial secreta. A la vista están los efectos de la racionalidad individualista y hedonista del neoliberalismo y la sistemática destrucción de todo horizonte alternativo, pero sería un profundo error levantar la bandera de una racionalidad entendida como desprecio por lo emocional y regalar a la derecha y los frikismos la expresión de la crisis de afectividad y subjetividad. Necesitamos una política soberanista de los afectos, que articule intereses, demandas, valores, malestares, frustraciones, aspiraciones y ansiedades en un proyecto no de simple supervivencia, sino de vida buena en común en esta parte del mundo que llamamos Euskal Herria. Un proyecto solvente, que convenza y sea capaz de emocionar.