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JOPUNTUA

Seneca Falls


En julio de 1848, una fecha clave para los revolucionarios del mundo, más de trescientas personas provenientes en su mayoría del movimiento por la abolición de la esclavitud, se reunieron en una ciudad del Estado de Nueva York para tomar parte en una convención sobre los derechos de las mujeres que culminó con la Declaración de Sentimientos de Seneca Falls; un texto poderosísimo y trascendental en la historia del feminismo, en el que se enumeraban las «repetidas vejaciones y usurpaciones perpetradas por el hombre contra la mujer» con el objetivo de establecer «una tiranía absoluta sobre ella», y que pedía el inmediato restablecimiento de «los derechos y privilegios» que les correspondían como ciudadanas, entre ellos, «el inalienable derecho al voto». La petición se incluyó en la declaración final a pesar de las reticencias de quienes temían que una reivindicación tan radical les hiciera perder apoyo popular y gracias al poder de convicción de oradores como el exesclavo Frederick Douglass, un coloso del activismo que redefinió para siempre la palabra aliado.

La declaración terminaba con diez exigencias que arrancaban con la palabra «decidimos» y en las que se afirmaba la igualdad de las mujeres respecto a los hombres, a quienes se les pedía, además, que se comportaran públicamente con el mismo decoro y «la misma proporción de virtud, delicadeza y refinamiento» que se esperaba de las mujeres.

La petición es inédita porque nos han machacado tanto para que valoremos la masculinidad como un privilegio aspiracional y nos han inculcado tal cantidad de misoginia que lo último que se nos suele ocurrir es pedirles a los hombres que sean más como nosotras.

Pero viendo la soberbia intervención de Maddalen Iriarte en el Parlamento de Gasteiz y la labor pública que han realizado las mujeres políticas vascas y navarras en sus respectivos partidos durante los años, he llegado a la convicción de que es hora ya, si no lo era antes, de que muchos hombres empiecen a portarse de una vez como mujeres.