Abandonada a su suerte, volcada en su labor

Aún faltan algunos cursos, pero el grueso del alumnado ha comenzado ya las clases en todo Euskal Herria. En medio de la pandemia, la apuesta es reactivar el pulso educativo de manera presencial, desde todas las perspectivas y con seguridad. Nadie se engaña a estas alturas; es también la fórmula para poder descargar a los padres y madres que trabajan, para que puedan conciliar y organizarse las empresas. Y así debe de ser, porque en esta crisis el empleo es una prioridad. Obviamente, sufriendo el mínimo posible de daños y bajas. Se debe aprender a conjugar seguridad sanitaria y viabilidad económica. Ha quedado claro que la primera es condición de la segunda.

El principal problema es que se han abierto las escuelas de manera universal, cuando en algunas zonas del país hay una tasa de incidencia del covid-19 muy alta. La experiencia en otros lugares dice que este punto es crítico. Si el virus circula en un pueblo, de la calle puede saltar a las escuelas. Los centros, el profesorado, los padres y madres y el alumnado lo van a hacer lo mejor posible. Pero hay comportamientos del virus que no se dominan aún. A su vez, el sistema de cuidados sigue cayendo mayormente sobre las mujeres y dependiendo de las familias. En consecuencia, el reverso de estos contagios puede ser fatal.

En estas condiciones, este curso escolar es un reto terriblemente complejo. Las administraciones han delegado parte de su responsabilidad en los centros, con unos niveles de desidia institucional inauditos. Les han puesto más condiciones que recursos les han dado. Van tarde y mal. Eso sí, dicen no entender el por qué de una huelga. Con todo, tal y como ya hizo el curso pasado, la comunidad educativa está demostrando una capacidad de organización, una disciplina cooperativa y un compromiso pedagógico que compensan la falta de estrategia general. Si nos creemos lo que predicamos, el futuro del país está en sus manos. La responsabilidad, no obstante, debe ser compartida.