20 SET. 2020 EDITORIALA Nada ha movido a tanta gente de forma tan constante EDITORIALA En el imaginario colectivo del país se proyecta la paz como una situación en la que determinadas realidades de violencia y de conculcación de derechos humanos hayan desaparecidos del panorama, al menos, de forma suficiente como para poder abordar el conflicto político –surgido mucho antes de ETA y que se prolonga en la actualidad– en términos de debate democrático. Hay quien va un paso más allá y considera que la verdadera paz será efectiva con la superación del sempiterno conflicto de soberanía que padece Euskal Herria. Y hay también, no podemos obviarlo, a quien le basta y le sobra con que haya desaparecido la lucha armada de ETA. Muchos de estos últimos se ven satisfactoriamente representados por parte del Estado profundo y de los sectores securócratas, que entienden que la supremacía de los proyectos franco-español bien vale unas dosis permanente de violencia, a falta de propuestas democráticas que puedan lograr mayorías suficientes y reales –sin recurrir, por ejemplo, a ilegalizaciones– en el seno de la sociedad vasca. Sin embargo, entre los anhelos mayoritarios de las gentes del país permanece inalterable la convicción de que determinadas cosas deben ser solucionadas, y entre ellas se sitúa, con preponderancia, la cuestión de los presos y las presas políticas vascas. Para esa gran mayoría, el cachito de paz que trajeron el cambio de estrategia de la izquierda abertzale y los pasos en consonancia dados por ETA –primero con el abandono de la lucha armada, después con el desarme y, finalmente, con su desaparición como organización– no es suficiente. Así cabe interpretar, sin ir más lejos, la movilización registrada ayer en Ipar Euskal Herria en contra del bloqueo en este tema, y que contó con todos los ingredientes que dotan a las demandas sobre los presos y las presas de una potencia que se hace sentir especialmente en esa parte del país. A una sociedad civil concienciada y movilizada se sumaron unos representantes institucionales comprometidos; con capacidad todos ellos de moldear sus iniciativas a la situación de cada momentos, sea para negociar en la mesa de interlocución abierta con París o sea para movilizaciones contundentes que, como la de ayer, muestren la profunda insatisfacción existente por el parón impuesto desde el Estado francés. La imagen del lehendakari Jean-René Etchegaray con un bloque en la mano puede convertirse en todo un símbolo de voluntad y compromiso. Desgraciadamente, el tiempo pasa y determinados muros sigue sin demolerse, lo que con el paso de los años supone realmente un retroceso. La posición de la Fiscalía francesa, por poner un ejemplo, resulta de una gravedad extrema, al perpetuarse en la doctrina «antiterrorista» más severa, como si en Euskal Herria nada hubiese pasado, como si nada hubiese cambiado, ni siquiera la realidad de ese trocito de paz. No es tiempo para cínicos Y donde se avanza, no cabe esconderlo, se hace de manera exasperantemente lenta, incluso a riesgo de llegar demasiado tarde, como fatalmente ha demostrado la muerte en Martutene de Igor González apenas hace quince días. La mera sugerencia de que la cuestión de los presos y las presas puede prolongarse indefinidamente en el tiempo atenta directamente con el anhelo de paz y convivencia de la sociedad vasca ya descrito. Los pasos no pueden producirse con cuentagotas, y no deben ser de menor intensidad de los que cabría dar. Para poder llegar a buen puerto, cuando se presenta la ocasión, es mejor una libertad condicional que un simple traslado, y así debieran asumirlo quienes tienen que cambiar las políticas del pasado. No debe ser tiempo para cínicos, ni para pretender estirar situaciones insostenibles, ni tampoco para hacerse los desentendidos. Desde determinados sectores, en la última década se ha pretendido hacer calar la idea de que la cuestión de estos prisioneros y prisioneras sería cada vez residual en el sentir de la sociedad vasca, circunscrita, en el mejor de los casos, a la izquierda abertzale. A lo sumo sería solo un problema para ese sector social. Pero la realidad es terca. En estos diez últimos años nada en este país ha movido a tanta gente de forma tan constante y prolongada. La demanda no desaparece de la agenda pública simple y llanamente porque es de interés de la ciudadanía de este país. Y por eso es una reclamación que debe ser atendida, de forma temprana y efectiva. Porque la gente no se conforma solo con un trocito de paz.