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Carta abierta del papa Francisco


Dirigida a todas las personas de buena voluntad esta encíclica o carta no ha sido firmada en el Vaticano, como es lo habitual, sino en el pueblo de san Francisco de Asís. Titulada con palabras suyas “Fratelli tutti”, está motivada por este santo de los pobres que también inspiró la anterior, “Laudato sí” sobre el cuidado de la casa común. Es una carta abierta, dialogante y sincera, valiente y comprometida, que recoge con la coherencia acostumbrada de este Papa, las grandes líneas de sus propuestas para un mundo diferente, ahora para una «nueva normalidad» centrada en la fraternidad y amistad social.

Redactada en su estilo habitual cercano y amable, pero a la vez rotundo y contundente, comienza analizado la situación de un mundo cerrado en las sombras, que sacrifica partes de la humanidad para beneficio de unos pocos, con los derechos humanos cercenados en una «globalización sin rumbo» y atenazado por el miedo, manipulado por una «información sin sabiduría». El Papa quiere abrir caminos de «esperanza desde los valores que dan sentido a toda vida humana y que se hacen patentes en tantas personas, semillas de bien, que han entendido y practicado la convicción de que «nadie se salva solo».

Su planteamiento de fondo parte de la necesidad de ver, detenerse y atender a las personas tiradas, abandonadas en los caminos de un mundo sin corazón, como el samaritano del evangelio. Para ello es imprescindible «pensar y gestar un mundo nuevo de «libertad, igualdad, fraternidad», basado en el amor que promueva la solidaridad y el bien moral, que cambie el sentido egoísta de la propiedad privada desde su necesaria función social.

La realización integral de los derechos humanos, todavía incumplidos, son la referencia fundamental de un mundo nuevo. No son solo derechos individuales, sino también derechos sociales y derechos de los pueblos y apremia la urgencia de su aplicación a las personas migrantes y refugiadas.

Subrayando la apertura entre los pueblos, insiste el Papa: «Así como no hay diálogo con el otro sin identidad personal, del mismo modo no hay apertura entre pueblos sino desde el amor a la tierra, al pueblo, a los propios rasgos culturales…» Solo es posible acoger al diferente y percibir su aporte original si estoy afianzado en mi pueblo con su cultura, en su auténtico sentido de patria ya que «el todo es más que la parte, y también es más que la mera suma de ellas», esto nos conduce a una interrelación universal, «a la inserción cordial de la humanidad entera».

Destaca, como ejemplo concreto, el «valor del vecindario» donde se conservan valores comunitarios, se viven las relaciones de cercanía con notas de gratuidad, solidaridad y reciprocidad, a partir del sentido de un «nosotros» barrial. Referencia esta muy comprensible en Euskal Herria, donde el auzolan que indica y fortalece las relaciones solidarias de vecindad (auzotasuna), ayuda mutua y sentido comunal de la propiedad, con un profundo y arraigado sentido ético que marcan nuestra identidad y donde las decisiones políticas y sociales para una convivencia igualitaria y justa crearon instituciones colectivas son tomadas en el batzarre.

Desde esta visión y propuestas la Carta pone de manifiesto y critica los «populismos»… «que ignoran la legitimidad de la noción de pueblo que brota de la conciencia de formar parte de una identidad común, hecha de lazos sociales y culturales. Y esto no es algo automático, sino todo lo contrario: es un proceso lento, difícil… hacia un proyecto común».

El mercado impulsado por la globalización actual movida por el pensamiento neoliberal no resuelve los problemas. Los acrecienta con desigualdades e injusticias: «La fragilidad de los sistemas mundiales frente a las pandemias ha evidenciado que no todo se resuelve con la libertad de mercado y que, además de rehabilitar una sana política que no esté sometida al dictado de las finanzas, tenemos que volver a llevar la dignidad humana al centro y que sobre ese pilar se construyan las estructuras sociales alternativas que necesitamos».

Es de recalcar la importancia y eficacia que atribuye el Papa a los movimientos populares, «estas experiencias de solidaridad que crecen desde abajo». Entre nosotros la Carta de los Derechos Sociales/ Giza eskubide sozialen Karta desarrolla con precisión y concreción esta línea.

Esto nos conduce y pide lo que el Papa llama «una nueva cultura», una «cultura del encuentro», «porque de todos se puede aprender algo, nadie es inservible, nadie es prescindible. Esto implica incluir a las periferias». Requiere, en nuestro mundo, mutuo acercamiento reencuentro, reconciliación y perdón. La Carta insiste en este punto delicado y difícil para el que es imprescindible la verdad y la memoria: «No es posible decretar una reconciliación general, pretendiendo cerrar por decreto las heridas o cubrir las injusticias con un manto de olvido». «Nunca se avanza sin memoria, no se evoluciona sin una memoria íntegra y luminosa».

En este proceso urgente las religiones, que han sido en determinados casos origen y causa de discriminación y violencia, deben ponerse «al servicio de la fraternidad en el mundo». En este punto, a mi entender, el papa Francisco podría haber hecho una especial mención a la Iglesia católica que él preside y donde la fraternidad debe ser recuperada en todos su ámbitos, algunos de ellos marcados más que por la fraternidad, la igualdad y la justicia, por las distancias jerárquicas, por la marginación de la mujer en determinada funciones, por sus bienes adquiridos con inmatriculaciones favorecidas por leyes interesadas.

Concluye el papa Francisco su reflexión sobre la fraternidad universal, para la que dice, «me sentí motivado especialmente por san Francisco de Asís, Carlos de Foucauld y también por otros hermanos que no son católicos: Martin Luther King, Desmond Tutu, el Mahatma Mohandas Gandhi y muchos más.

Una Carta de gran altura utópica en los horizontes que propone y, al mismo tiempo, práctica y realizable en las propuestas concretas que presenta. Hace falta voluntad política, motivación personal y compromiso colectivo para lograrlas. En Euskal Herria hay muchas mujeres y hombres que lo están ya realizando desde convicciones solidarias con su esfuerzo y trabajo en muchos lugares de nuestra Ama Lur.