Iñaki Etaio y René Behoteguy
Militantes de Askapena
GAURKOA

Bolivia: los verdaderos retos

En las elecciones del 18 de octubre las clases populares bolivianas hicieron una demostración de fuerza evidente. Se ganó de calle, con mayoría absoluta y obteniendo la mayoría en las cámaras de diputados y senadores. Esta incontestable victoria ha puesto de manifiesto varios aspectos:

La movilización popular ha sido clave. El gobierno golpista encontró en la pandemia la excusa para retrasar las elecciones hasta en tres ocasiones, hasta que el pueblo organizado, bloqueando en agosto las vías de comunicación de todo el país, obligó a fijar por ley la fecha de las mismas y consiguió derrotar en las urnas la maniobra que un año antes les hurtó la presidencia. Esto nos confirma que los triunfos electorales solamente son posibles si primero se derrota a las fuerzas reaccionarias en la calle y con la movilización.

El MAS-IPSP sigue vivo. Ha demostrado seguir siendo la fuerza que representa a la mayoría del pueblo boliviano. El montaje sobre el supuesto fraude en las elecciones de hace un año ha terminado de caer por su propio peso. Lo que no se les ha caído ha sido la cara de vergüenza tras aquella patraña ni a Luis Almagro (OEA) ni a los líderes de derecha que alentaron y participaron del golpe y ahora, ante la derrota, felicitan a Arce y Choquehuanca.

La victoria trasciende fronteras. La recuperación del gobierno por el MAS supone un varapalo para la estrategia imperial y autoritaria auspiciada por la OEA, el Grupo de Lima y la Administración estadounidense, a la vez que supone un triunfo también para los demás pueblos de Abya-Yala/Latinoamérica y del mundo.

El contenido decolonial de esta victoria. No cabe duda que la violencia contra los pueblos originarios materializada en las masacres de Sacaba y Senkata, la quema de wiphalas, la imposición de la Biblia o los discursos «evangelizadores» negando la cosmovisión de los pueblos originarios han influido en la enorme movilización de sectores, fundamentalmente aymaras y quechuas, que no están dispuestos a consentir el retorno al Estado colonial.

La necesidad del relevo. Más allá de las indudables cualidades de Evo y Alvaro, su postulación para un cuarto mandato probablemente no fue la mejor opción. Arce y Choquehuanca han logrado recuperar parte del voto perdido en los anteriores comicios. La formación de nuevos líderes y de dirigencias colectivas sin figuras imprescindibles es una garantía para los procesos de cambio. El pueblo boliviano ha dejado claro que no apoya a una persona sino un proyecto político de emancipación de las clases populares y los pueblos indígenas.

Asimismo, el nuevo escenario plantea varias dudas y retos, que van más allá de cómo enfrentar la pandemia y la crisis económica.

No se ha recuperado la democracia. A pesar de esta expresión reiterada en estos días, lo que se ha recuperado es el poder político. Ello dista mucho de ser sinónimo de democracia. El poder económico va a seguir en gran medida en manos de una oligarquía golpista y, sin control popular sobre los medios de producción, el Estado es débil y vulnerable frente a un previsible sabotaje económico. Asimismo, los medios de difusión principales, aquellos que resultaron claves para que se fraguara el golpe y legitimar al gobierno de facto, siguen en manos privadas.

También las armas siguen en manos de aquellos policías que se sublevaron contra el gobierno y de aquellos militares que «invitaron» a Evo a renunciar. Hace un año quedó patente que detentar el poder político y controlar el Estado son cosas muy diferentes. En este sentido, la creación de milicias populares podría ejercer cierto contrapeso.

¿Habrá justicia y reparación? ¿Se procesará a los responsables del golpe? ¿Y a quienes tomaron decisiones que no correspondían a un gobierno provisional (privatizaciones, cambio de embajadores…)? ¿Y a los responsables de las masacres de Sacaba y Senkata y de tantas personas asesinadas, encarceladas y perseguidas? Los llamados a la unidad y a la reconciliación no pueden servir para sellar la impunidad. Se trata de una cuestión de justicia, de dignidad y de credibilidad para el propio nuevo gobierno ante su pueblo.

¿Aceptarán su derrota? Si bien el golpe electoral les ha dejado desconcertados, es evidente que las élites económicas y la Administración de EEUU no se resignarán a aceptar que el pueblo boliviano tome en sus manos su futuro. Si dieron un golpe para descarrilar el proceso de cambios y apoderarse de Bolivia es ingenuo pensar que ahora aceptarán democráticamente el resultado.

Autocrítica y tensión imprescindibles. Será necesario esperar para ver el grado de radicalidad de las medidas que se tomen desde el Gobierno y si se intentará acelerar el proceso de cambio o, simplemente, restaurar un Estado que asegure unos servicios básicos y promueva los derechos de pueblos originarios y colectivos sociales pero sin avanzar notablemente en cambios estructurales, evitando el choque frontal con la burguesía y los poderes ligados a ella. La amenaza velada del Ejército y la Policía, conjuntamente con las élites económicas y sus grupos de choque paramilitares, puede condicionar en gran medida las decisiones del Gobierno. En este sentido, es imprescindible un ejercicio de autocrítica permanente, así como de mantenimiento de la tensión dentro de las bases y estructuras del MAS, para que no haya desviaciones respecto al proyecto original y se responda a las necesidades de los sectores que representa.

Un año después, ¿volvemos al mismo punto? Sí y no. De la respuesta que se dé a estas cuestiones dependerá el afianzamiento de un cambio necesario para el pueblo boliviano, para los pueblos del Abya Yala y del mundo.