19 NOV. 2020 JOPUNTUA Simone de Beauvoir arañando su tumba Itziar Ziga Escritora y feminista Vivió en los Andes, hace 8.000 años. La enterraron ritualmente junto a su arsenal de caza: puntas de lanza, piedras afiladas como cuchillos, ocre para curtir las pieles. Tenía entre 17 y 19 años cuando murió y, sí, era una mujer. Este hallazgo que refuta el binarismo de género y su consiguiente división sexual del trabajo como inherentes a la humanidad, y que desmiente por tanto la inevitabilidad del patriarcado, animó los noticiarios la semana pasada. Bienvenidas las buenas nuevas, las necesitamos. Aunque sean primicias de hace 8.000 años, y no tan novedosas para nosotras. Se llamaba Encarna Sanahuja, murió hace diez años, con 61. Era arqueóloga y feminista. Fue ella quien me reveló que nuestros huesos paleolíticos gritaban nanai a la idea del hombre cazador frente a la mujer recolectora, a mí y a quienes estábamos en aquel precioso encuentro por la despatologización de la transexualidad. Encarna estaba entusiasmada con la potencia y la empatía que supone sumar la lucha trans a nuestras luchas contra el patriarcado. Y eso que comenzó su activismo feminista a finales de los años setenta al lado de algunas que hoy, justo, abanderan lo contrario. Una mujer no nace, llega a serlo. Éste fue el sortilegio libertador que nos lanzó Simone de Beauvoir en 1949. Patapám, adiós determinismo sexual. Pero, una inmediata ley de justicia social que va a restaurar la posibilidad y la dignidad a la gente trans, levantándoles el castigo de pasar por una farragosa y humillante autorización psiquiátrica, ha llevado a algunas popes feministas a proclamar que la insurgencia trans nos borra a las mujeres políticamente. Me las veía venir, pero duele horrores. Me quedo con las preciosas y certeras palabras de Brigitte Baptiste, bióloga trans y colombiana, rectora de universidad, empecinada en la ecología queer. «La naturaleza produce diferencia de manera permanente, favoreciendo incluso la aparición de lo extraño o de lo anómalo, y experimentando todo el tiempo. No hay nada más queer que la naturaleza». Una mujer no nace, llega a serlo. Éste fue el sortilegio libertador que nos lanzó Simone de Beauvoir en 1949. Patapám, adiós determinismo sexual