23 NOV. 2020 JOPUNTUA Agua, vida Anjel Ordoñez Periodista El pasado jueves se celebró el Día Mundial del Retrete. En realidad, no sé si se celebró, quizá no haya mucho que celebrar al respecto, pero en todo caso se habló de ello, en una u otra medida, en los medios de comunicación. Si lo piensan, pasado el primer momento de humor escatológico y chiste fácil, resulta descorazonador que, a estas alturas del siglo XXI, la carencia de retretes, o lo que es lo mismo, de un sistema de saneamiento gestionado de forma segura, afecte a más de 4.000 millones de personas en todo el mundo. Y hay más. En tiempos del coronavirus, más de 3.000 millones de humanos no disponen de agua corriente para poder lavarse las manos. Y cerca de 780 millones ni siquiera tienen acceso a agua limpia. Como ya imaginarán, estas cifras guardan una relación directa y proporcional con la calidad de la salud pública que soportan las zonas afectadas por las carencias. La debilidad de los sistemas de saneamiento, y por supuesto su inexistencia, están en el origen de la propagación de enfermedades infecciosas. Un estudio realizado entre 2016 y 2018 en África detectó en esos años más de doscientas epidemias y emergencias de salud pública. Entre ellas, brotes de enfermedades como el cólera, el ébola, la fiebre Lassa, el virus Marburg, el sarampión, la meningitis meningocócica y la fiebre hemorrágica. De forma paradójica, en África, como en las elecciones en EEUU, han fallado la mayoría de las predicciones sobre la incidencia de la covid-19. El pasado mes de abril, la OMS aventuraba una cifra rayana en lo apocalíptico: 3,3 millones de muertes solo en 2020 como consecuencia del coronavirus. A día de hoy, el número de fallecimientos no llega a los 36.000, la mayoría de ellos (20.500) en Sudáfrica. No es ninguna suerte, pero lo cierto es que en el continente más pobre de la tierra han aprendido, por la fuerza, a lidiar con las epidemias. Una detrás de otra. Y no hay que obviar los factores que les favorecen, como una población mucho menos envejecida o incluso el propio clima. Pero tampoco otros que lo ponen más difícil, como, sin ir más lejos, las severas carencias en los sistemas de saneamiento y acceso al agua potable segura. Lo cierto es que en el continente más pobre de la tierra han aprendido, por la fuerza, a lidiar con las epidemias. Una detrás de otra