Raimundo Fitero
DE REOJO

Vitalicio

Atentos al pajarito. Casi todas las fotos salen movidas. No hay forma de fijar el tamaño, ni el color, ni la profundidad de campo. Nos aturden con instantáneas estroboscópicas. Los precios del pescado suben o bajan dependiendo del color del logo de la cadena que te esté desinformando. Las cifras de la covid son maleables, sin registro oficial certificado, se sueltan sobre la ciudadanía como si fueran granos de arroz en una boda o peladillas en un bautizo. ¿Dónde está la línea que marca el número de muertes tolerables por día? Adormecidos por los villancicos y las saetas híbridas, hemos perdido la brújula moral o ética. 

El efecto Trump parece haber entrado definitivamente en su parte más delirante y ridícula. Aquellos miles de abogados que tenía a su servicio van perdiendo con empecinamiento absolutista todas sus surrealistas iniciativas para dar el golpe de las togas a las elecciones. Es la Corte Suprema la que, por unanimidad, acaba de desestimar sus últimas extravagancias. Y el monstruo naranja se ha puesto verde limón ya que tres de sus últimos miembros fueron nombrados por él mismo. Incluso con escándalo en el último caso. Pero ser miembro de ese tribunal es un cargo vitalicio. Por lo que una vez nombrado nadie lo puedo quitar de ahí. Y entonces puede analizar los asuntos con criterios técnicos sin necesidad de besar la mano al que lo puso ahí.

Algo que suena mal democráticamente, se convierte en algo positivo porque ya no depende de quién lo nombró. Justo lo contrario de lo que sucede en el reino de España, con jefaturas de Estado vitalicias y hereditarias y un Poder Judicial dependiente de los partidos políticos que los nombran a los que les deben su sueldo generoso, que lleva a convertir los tribunales en una terminal política, como se ve en tantas sentencias sospechosas.