No me fío, pero sigamos
La sonrisa se congeló en sus caras tras el último recuento de los votos que permitían sentarse a cinco representantes de Euskal Herria Bildu en el Parlamento español. Pasado el primer mal trago, el estamento político hispano y también algún vascongado, frunció el ceño, hizo de tripas corazón y confiaron en la marginación, el arrinconamiento y el ostracismo como armas infalibles con las que sepultar la incómoda, por notoria, presencia de la izquierda abertzale en Madrid.
Sin embargo, también en política las armas las carga el diablo y del ostracismo, la marginación y el arrinconamiento, en menos de un año, la bancada de EH Bildu se ha convertido en un palco privilegiado en el que convergen casi todas las miradas. Miradas de solicitud unas, de celos alguna, y airadas y de rabia e impotencia otras. Definitivamente, Euskal Herria Bildu, y esto nadie puede negarlo, ha alcanzado un protagonismo y una visibilidad que rompe los nervios a toda la oposición del actual Gobierno de coalición y, lo que es más, se ha convertido en un grupo político dinámico que ejerce y practica la política al ritmo que marcan los parámetros coyunturales y de proyección futura. Con ello, la marca de la izquierda abertzale en el hemiciclo español ha logrado que el independentismo se haga carne y, quieras o no, habite entre el nacionalismo español, amén que tampoco es baladí lograr que el facherío muestre su cara más descompuesta y bochornosa desde el gallinero de la política donde ha ido a parar con ayuda abertzale. De paso, la formación ha demostrado que existen otras voces en Euskal Herria, además de la acostumbrada música gregoriana entonada por el PNV, con las que pueden ayudar al desarrollo político, social y económico de un Estado español que emprenda caminos de progreso.
La entente renovada con el independentismo catalán ha cristalizado más allá de lo que siempre se había expresado en el pasado y, sin duda, las fuerzas que componen hoy día aquella añorada «galeusca» pisan fuerte en la arena política estatal. Mientras, en Nafarroa, los viejos requetés se ven cada vez más débiles y desplazados ante los nuevos aires de una izquierda abertzale que sigue firme y que es solicitada desde aquellos que no ha mucho tiempo le negaban el pan y la sal.
Sinceramente estimo que se están haciendo las cosas bien, aunque también es verdad que estamos dejando muchos pelos en la gatera y navegamos de lleno en un mar lleno de contradicciones que debemos superar con tiento, paciencia y sentido común.
Creo, y este es verbo que proviene de la fe, que no todo en política es transparente para la mayoría de la sociedad. Desgraciadamente, todavía vivimos en una situación en la que los signos de intuición, de lecturas subliminales, de impresiones variables, de instinto y de olfato políticos son importantes para entrever futuros cambios, nuevos caminos y posibles salidas a muchos de los obstáculos que nuestra sociedad se enfrenta. Son muchos años los que llevo en la política de y por Euskal Herria, como para que me deje engañar y no sepa que los entresijos de ésta no salen en su totalidad a la luz pública; pero noto y palpo que familiares de los presos políticos vascos lucen mejor cara, comienzan a sonreír tímidamente y expresan cierta ilusión hace tiempo perdida. Y esto es importante para una Euskal Herria que todavía sangra y que necesita reponerse para proseguir en pie y conseguir sus aspiraciones.
En mi opinión de militante de la izquierda abertzale, la clave para percibir dónde nos encontramos está en la mera observación de la realidad que estamos viviendo últimamente. Debemos mirar «cómo están ellos», nuestros adversarios, los miembros de ese Estado profundo y escondido en los cuartos de banderas, en la España azul, en las togas con alcanfor franquista, en las comisarías y cuartelillos de fotos acaudilladas.
Observo los últimos acontecimientos y de ellos extraigo mis conclusiones que, a pesar de ser personales, pueden ser transferibles a todos aquellos que conocen mi trayectoria, mi camino en esta Euskal Herria a la que quiero libre y en paz. Estoy convencido, en primer lugar, que al PSOE le ha costado más que un intenso dolor de cabeza dialogar, negociar y pactar con EH Bildu. Y todavía les duele, pues, solo hace falta comprobar cómo Felipe González desbarra a trompicones, sin importarle ya mostrarse como un falso socialista y confirmar de paso que pudo ser, perfectamente, aupado por la CIA en Suresnes. Lo mismo ocurre con Alfonso Guerra, devenido en simple mamporrero del capital y escudero de Juan Carlos I. Al igual que Emiliano García Page cuyos ímpetus fachas revientan las costuras del PSOE y tantos otros como el inefable Ybarra, Terreros y la ristra de socio-listos de rigor.
Todos ellos, como solistas y en coro a voces mixtas, siguen levantando la bandera del escándalo contra EH Bildu por lo que hemos sido, aunque si la levantan –no nos confundamos en esto– no es por lo que fuimos, sino por lo que todavía somos y por lo que seremos. Saben perfectamente que nuestra trayectoria mira a una Euskal Herria independiente y esto les solivianta el trigémino ideológico de su nacionalismo español.
Y no, no olvidamos ni a Felipe, ni Alfonso ni a nadie de ellos. A ninguno de los que desde sus poltronas de poder, hora del PSOE, hora del PP, aplicaron con ferocidad su política de represión pura y dura, lanzaron a su Guardia Civil, manipularon la Justicia para ilegalizarnos, torturaron, desaparecieron, aplicaron su terrorismo de Estado. Y no, pues, todavía con la pinza en la nariz, sigo sin fiarme de «esta izquierda española» que hoy nos necesita, pero que mañana quién sabe. No me fío, hemos tenido mucho, demasiado tiempo para conocer toda una colección de incumplimientos y veremos lo que nos depara el futuro.
Pero a pesar de todo, sin complejos y con cautela, debemos seguir en nuestra movilidad política.