Guzmán Ruiz Garro
Séptimo Dan de Taekwondo-Hapkido
GAURKOA

Deporte para domesticar o socializar

A modo de previo, habría que convenir que para las izquierdas, el deporte en el Estado español, tal y como se entiende en nuestros tiempos, no mereció especial atención hasta entrada la década de los veinte del pasado siglo; este interés arrancó con veinte años de retraso con relación a otros vecinos europeos. Se aceptaba la bondad de la educación física empujados por la influencia del movimiento krausista, pero se veía con recelo el deporte porque se consideraba que apartaba a la juventud de las convicciones manumisorias, afirmándose que se estimulaba las confrontaciones competitivas en grupos para reproducir los modos y valores burgueses, para alienar a los jóvenes.

Una vez que el Gobierno, presionado por las luchas y reivindicaciones obreras, se vio obligado a firmar el Decreto de 3 de abril de 1919 y se fijó la jornada máxima en ocho horas diarias, la instauración del tiempo de ocio obrero se oficializó de facto, aunque desde finales del XIX y primeros del XX muchos trabajadores ya creaban sus clubes de entretenimiento auspiciados y financiados por la patronal. Bastantes equipos que hoy militan en la división futbolística de honor surgieron de la inclinación de propietarios industriales por sustituir la ocupación «inerte» del tiempo libre de los currantes por otras labores controladas y más «racionalizadas» como la práctica deportiva. Parte de la llamada «aristocracia obrera», expresada así por sus mejores sueldos, siguiendo la estela de las clases altas, asumió el deporte como un ejercicio de autodominio social en contra de «otros modos vulgares» (las mancebías, la ebriedad…). Por tanto, no sería exagerado decir que el deporte actuó como un instrumento para ejercer el control extra laboral. La aludida moral fabril rechazaba a los trabajadores que «derrochaban» su tiempo libre consumiendo alcohol o en los juegos de azar y se pontificaba a favor de una vida familiar decorosa y deportiva.

Diríamos que los regímenes totalitarios ya eran muy conscientes de que la influencia en el tiempo libre de las clases trabajadoras era esencial para mantener el control social; amén de doctrinar cuerpo y el espíritu de los obreros para mejorar la forma física y, de paso, inculcar una disciplina que luego se aplicaba al ámbito del trabajo diario.

En la España de los años 30, la práctica del deporte se va extendiendo en muchos barrios obreros y se ve éste con mejores ojos por la izquierda; se percatan de que se fomenta el sentido de grupo y la cohesión social. Por medio de las Casas del Pueblo se difunden nuevas formas de ocio mediante la creación de bibliotecas, orfeones, grupos de teatro y se incorporan programas deportivos.

La socialización del deporte, incluyendo a las mujeres como espectadoras y practicantes, únicamente se dio durante la II República. Fueron muy reputados los actos deportivos femeninos organizados por la sección de Deportes de la Biblioteca y Círculo Popular Cervantes.

Durante este mismo periodo republicano, los comunistas, una vez convertido el deporte en un fenómeno popular en la sociedad urbana de la época, vieron en éste un espacio adecuado para organizar a los jóvenes trabajadores ante «la desatención de los anarquistas» y el carácter menos ideológico y político con el que los socialistas contemplaron dicho fenómeno.

En lo que atañe a nosotros, el combinado futbolístico conocido desde 1915 como «Selección Norte», inmediatamente después del golpe militar de 1936, se transformó, auspiciada por el lehendakari Aguirre, en «Selección de Euskadi». Por aquel entonces, se planteó un doble objetivo en su exitoso periplo por Europa y América: el propagandístico, para dar a conocer la existencia del Gobierno Provisional del País Vasco dentro de la II República española; y el económico, recaudar fondos destinados a los exiliados.

Las organizaciones falangistas, más en concreto la Central de Empresarios Nacional Sindicalista, fijó también su interés en el empleo del descanso. La Falange de José Antonio Primo de Rivera, exaltaba la práctica del deporte entre sus seguidores y la consideraba una excelente oportunidad para movilizar a las masas bajo su bandera, para reflejar los tradicionales valores masculinos hispánicos, «viriles e impetuosos».

Acabada la guerra civil, el deporte será, de nuevo, un buen subterfugio para seducir a los jóvenes y, de paso, «mejorar la raza» como parte del ideario del reciente estado nacionalsindicalista. En los años 40, «la Obra Sindical de Educación y Descanso» acaparaba y articulaba todas las actividades relacionadas con el deporte, el arte, la cultura y el espectáculo. La Obra Sindical no dudaba en proclamar que el deporte revestía interés para exaltar la superioridad hispánica y, además, «como forma de prevenir las enfermedades que continuamente aquejan a los obreros y les impiden acudir a trabajar». El deporte se practicaba ateniéndose a las diferentes clases sociales: las élites practican deportes de manera profesional y en clubs privados, y a los obreros se les propiciaba por la Obra Sindical encuentros como pasatiempo con personas de su mismo estatus.

A partir de los años sesenta y en la década de los setenta, las clases populares consiguieron una mejoría en sus condiciones de vida y trabajo; esto implicó más poder adquisitivo, mayor consumo y otras expectativas de ocio al margen de la Obra Sindical.

En los tiempos actuales, la gran mayoría de los practicantes de deporte esperan de éste el hedonismo psicofísico, la autoestima, la relajación y la agitación corpórea. Cabría preguntarse si la actividad física es uno de los distintivos más significativos de la cultura individualista y narcisista centrada en el embeleso de nuestro cuerpo.

La actividad que libera más endorfinas es sin duda el deporte; ahora bien, se trata de reflexionar también sobre si esta morfina natural producida por nuestro organismo sirve únicamente como producto de consumo individual o si aspiramos, a nivel colectivo, a algo más. Hagamos que el deporte pase de ser un arma de distracción masiva a considerarse como un elemento de socialización y vehículo de reivindicación, como herramienta de integración social que favorezca el sentimiento de entidad y solidaridad.