31 DIC. 2020 KOLABORAZIOA Navidad, memoria subversiva Félix Placer Ugarte Teólogo, Herria 2000 Eliza Las fiestas tradicionales de solsticio de invierno, a pesar de su artificial iluminación, van a quedar oscurecidas por la preocupación y el miedo de los contagios pandémicos que no cesan. En consecuencia, reuniones y celebraciones se reducirán y Navidad y el comienzo del nuevo año serán diferentes, alejados del consumismo que en estas fechas se acrecienta ya que para mucha gente gastar más –los que pueden– es el signo de la fiesta de estos días absorbidos e invadidos por un mercado sin límites. Tal vez, sin embargo, este contexto inesperado puede abrir los ojos para descubrir el sentido olvidado de lo que llamamos navidad. No hay duda de que su mensaje original ha sido contaminado por una cultura capitalista del tener y poseer, gastar y consumir que ha colonizado sociedades y conciencias sometiéndolas a la dictadura del mercado. Se han encendido muchas falsas luces que ofuscan la luz auténtica y se propagan ‘fake news’ que tratan de suprimir el sentido profundo y humano de una decisiva noticia para la humanidad. Entre nosotros, en Euskal Herria, ancestrales recuerdos evocan con Olentzero el eguberri, un día nuevo, un tiempo renovado. El comienzo del nuevo año trae el agua nueva, como cantan los jóvenes de la Sakana navarra en estos días: Ur goiena, ur barrena, urteberri egun ona/ onarekin ondasuna. El mensaje primitivo de la navidad cristiana no anuló aquellos sentimientos hondos e identitarios. Por el contrario fue asumido en el significado genuino del nacimiento de quien iba anunciar cómo debía ser la humanidad, la relación entre personas y pueblos, la liberación de ataduras religiosas, el bienestar compartido donde pobres y personas marginadas ocuparan, con todos sus derechos, el centro en una sociedad equitativa. Propuso, en efecto, suprimir jerarquías y humillantes diferencias sociales. Insistió en que tan solo la relación de igualdad, el respeto mutuo, los derechos de personas y pueblos eran garantía de una humanidad digna y auténtica. Lo hizo con palabras claras y hechos significativos. Convenció a poca gente. Las expectativas populistas confundieron su mensaje con un mesianismo político y le aclamaron efímeramente para luego condenarlo masivamente. Los poderes religiosos le rechazaron y, claudicando ante el Imperio romano, lograron su condena a muerte en el suplicio más humillante de su tiempo. Pero la persona que propuso y practicó aquel mensaje subversivo y transformador en la sociedad y contexto que vivió irradiaba una energía desconocida, atraía y liberaba. Algunas mujeres y hombres, a pesar de sus dudas, abandonos y hasta traiciones, creyeron en él y su espíritu, tras su muerte, comenzó a extenderse en pequeños grupos que compartían la esperanza del nuevo mundo que anunció celebrando su vida en la que creían. A pesar de persecuciones y martirios, su movimiento adquirió tal incidencia social que, en el s. IV, el poder de Roma terminó por asumirlo políticamente, como un aliado estratégico para frenar su decadencia imperial. La Iglesia, ya consolidada para entonces como institución, aceptó la propuesta y comenzó a instaurarse la llamada cristiandad o alianza de poder político y eclesiástico. Y todo volvió a empezar: la religión, que Jesús criticó y denunció, volvió a hacerse poderosa y dominante, a favorecer al poder y, en muchos casos, con la alianza de la cruz y la espada, dominar pueblos e imponer doctrinas, a pesar de las denuncias, por ejemplo de Bartolomé de las Casas en la invasión española de la descubierta América. Se instauró la inquisición para someter gentes y pueblos, entre ellos Euskal Herria. Se identificó España y religión católica –nacionalcatolicismo– al servicio de un dictador… Hasta, en el colmo de las contradicciones, un sector dominante ha hecho de un condenado a muerte en su lucha por la justicia, un escandaloso icono religioso legitimador de injusticias sociales, invasiones y opresiones políticas, intereses capitalistas, clericalismo dominante. No le faltaba razón al mito vasco de Kixmi que rechazaba esa civilización de la cristiandad porque atentaba contra los derechos e idiosincrasia de Euskal Herria y sus profundas convicciones espirituales e identitidad. Pero todo no quedó diluido. La fuerza espiritual de Jesús de Nazaret no era la de un hombre cualquiera. Algo había en él que traspasó la muerte y se hizo, como el trigo, semilla irrefrenable de bondad, de misericordia, de justicia, de liberación, de amor en numerosas personas, grupos, comunidades. Pero los seguidores de aquel mensaje, de aquella sorprendente persona no iban a ser más que su maestro. También fueron y son perseguidos por anunciar y practicar lo que él dijo e hizo. Y desde entonces el mensaje cristiano se debate entre contradicciones que en estos días se hacen especialmente palpables. Las de quienes diluyen el significado subversivo de la nueva humanidad que aquel nacimiento anunciaba y lo falsifican con intereses económicos y poder religioso y las de quienes presentan la esperanza de un mundo transformado, de fraternidad, de justicia, de liberación, de una tierra cuidada para todas las personas, donde nadie tiene que huir porque está en su casa. El actual Papa Francisco está entre ellas y son, sobre todo, todas aquellas personas con esperanza que luchan cada día por un mundo justo, por una tierra compartida, por pueblos libres y solidarios. En los tiempos difíciles hoy para Euskal Herria y tantos pueblos, no solo por la amenazadora pandemia y sus dramáticas consecuencias diarias, también por los obstáculos permanentes a su lucha solidaria por la paz construida desde la justicia y ejercicio de sus derechos plenos, por el cuidado de Ama Lur, la Navidad, Eguberria de este año y Urte berria es un clamor renovado por subvertir el orden impuesto por los intereses de los poderes dominantes. De nuevo estos días hacen resonar el mensaje y llamada permanentes a construir con todos los pueblos un mundo fraternal y solidario, en una tierra de amistad y libertad. Entonces, también este año merece la pena desearse Zorionak. Urte berri on!