Raimundo Fitero
DE REOJO

Sin debate

Insistir en lo obvio es una de esas funciones que se van enquistando en el comportamiento de quienes pueden opinar con asiduidad de manera pública. Es mi caso. Vuelvo a decir lo que decía hace unos siglos: toda la limitación admisible para la libertad de expresión está reseñada en el Código Penal. Por lo tanto, que las redes sociales que forman parte del sistema que apuntaló a Donald Trump le censuren en estos momentos, me parece mal. Es un oportunismo infantil. Es una actitud fuera de sus atribuciones. Es una censura en diferido, como para quedar bien después de haber hecho lo correcto durante años: dejar que se exprese con libertad y si alguien le tiene que callar deben ser las autoridades competentes, la legislación vigente o quienes le contradigan. No un ejecutivo multimillonario.

No me gusta nada lo que dice, no soy capaz de soportar tres segundos leyendo o escuchando a sus imitadores, se llamen Abascal, Casado, Ayuso o Arrimadas. No les daría un espacio en los medios donde tuviera alguna responsabilidad, pero si no infringen las leyes, deben usar sus redes sociales sin censura. Y lo digo porque pertenezco a una generación que hemos vivido en nuestras carnes la censura, el oprobio, por escribir en EGIN. Que fue cerrado a mano armada por un juez prevaricador. Pues las mismas libertades que reclamo para mí, las reclamo por Trump, aunque él no haría lo mismo. Esa es la gran diferencia.

No se le debe censurar a nadie. Ni a Trump. Otra cosa es que intervenga la justicia y lo empure por ser tan desastrosamente totalitario y antidemocrático. Pero esa es la penitencia que lleva el sistema norteamericano, el desprestigio en el que se ha metido el Imperio por los delirios de este hombre naranja al que respaldan más de setenta millones de votos. Muchos, aunque insuficientes para seguir en el poder. Y peligrosos.