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Una perspectiva gitana sobre el 8M


Hace ya un tiempo aprendimos que el 8 de Marzo se conocía antes como el «Día de la Mujer Trabajadora», puesto que su conmemoración se remonta a un 8 de marzo de 1857, cuando miles de mujeres trabajadoras de una fábrica de textiles en Nueva York marcharon a la calle para denunciar los bajos salarios y el hecho de cobrar menos que sus compañeros varones; la manifestación fue brutalmente reprimida por la Policía.

Unos años después, el 25 de marzo de 1911, más de 120 trabajadoras textiles, en su mayoría migradas, murieron en un incendio en la fábrica de Triangle Shirtwaist en Nueva York; los dueños de la fábrica habían cerrado las puertas de las escaleras para evitar robos, y las trabajadoras perdieron la vida atrapadas entre las llamas y el humo. Esta tragedia impulsó la lucha por los derechos laborales y sociales en EEUU y se suele vincular con el origen del 8 de Marzo como día de las mujeres.

Hemos estado dándole vueltas a este tema. ¿El 8M nos pertenece como mujeres gitanas? ¿Su historia y su génesis no son ajenas a nuestra historia? ¿Sentimos que también es nuestra lucha? ¿Hasta qué punto nuestra participación en las acciones del 8M se inserta en una lógica colonial que nos atrae y destruye a la vez? ¿Nos sentimos reconocidas en una jornada que hunde sus raíces en el Día de la Mujer Trabajadora?

Hace unos días, en una entrevista nos preguntaron «¿Las mujeres gitanas trabajan?». No sabíamos si reír o llorar. Evidentemente, el sistema no nos reconoce como trabajadoras, a pesar de que hemos trabajado y trabajamos dentro y fuera del hogar y que, además, desde el movimiento feminista hace tiempo que se reivindica el reconocimiento de los trabajos reproductivos y comunitarios. Apenas nos reconocen como seres humanos, en continuidad con la lógica histórica de construcción de esa otredad que las naciones europeas han necesitado para erigirse como potencias coloniales.

Las gitanas, por supuesto, trabajamos y hemos trabajado siempre; hemos trabajado en casa y en el campo, en las calles y en los mercados, en las ferias y en las casas de las familias payas. Algunos de los trabajos desarrollados por mujeres gitanas a lo largo de los siglos han sido el de fabricar cestos de mimbres, flores artificiales, decorar cristales, ejercer de matronas, vender en el mercado y en las calles de los pueblos. Durante mucho tiempo, y especialmente entre los siglos XVII y XVIII, las mujeres gitanas ejercían de diteras, es decir, se dedicaban a la a dita o crédito en pequeñas cantidades. Las mujeres gitanas son y han sido el sustento de la familia, las que gestionan la economía familiar.

¿Será entonces que no encajamos en el día de la mujer trabajadora y tampoco en el 8M del siglo XXI?

Desde luego, nuestra posición en 1857 era muy lejana a la de las mujeres que salieron a rebelarse en Nueva York en contra del patriarcado capitalista, y seguimos ubicadas, en todo el mundo, en la periferia de las sociedades, tanto físicamente como epistemológicamente y culturalmente.

En los mismos años en los que las mujeres gritaban justicia en las calles de Nueva York, a las gitanas nos prohibían ser gitanas. Nos negaban el derecho de existir y reconocernos como gitanas, a través de una serie de leyes antigitanas que han llegado a un intento de genocidio en 1749, con la Gran Redada.

En el Estado español, este proceso legislativo antigitano abarca oficialmente desde el año 1499 hasta 1978. La práctica jurídica, por supuesto, es reflejo de la realidad antigitana que hemos vivido durante siglos y, a la vez, la sustenta, ya que plasma las prácticas sociales y legitima los discursos antigitanos que hoy en día todavía nutren los prejuicios y la discriminación de nuestro pueblo y, en particular, de las mujeres.

Hasta 1864, pocos años después de la rebelión de las mujeres trabajadoras de Nueva York, se vendían esclavas gitanas en Europa, tal y como se lee en un anuncio en un monasterio de Valaquia (Rumania): «Se vende un buen lote de esclavos gitanos a la venta en el monasterio de San Elías el 8 de mayo de 1852 compuesto de dieciocho hombres, diez chicos, siete mujeres y tres niñas en buena condición».

Las mujeres gitanas hemos sufrido en nuestros cuerpos muchos siglos de violencias hacia nuestra identidad; se ha utilizado nuestra piel como signo de distinción, se han violado nuestros derechos como seres humanos con políticas de esclavitud, intentos de exterminio y genocidio, esterilizaciones forzosas y detenciones.

Durante casi seiscientos años, con vuestra búsqueda de la homogeneidad cultural, habéis destrozado nuestras almas, dañado nuestros cuerpos, arrancado lo que teníamos, nuestra forma de vestir, nuestra lengua, nuestros intentos de salirnos de este sistema capitalista, patriarcal y antigitano. Nos habéis humillado, discriminado, marginalizado, obligado a vivir en la pobreza, y lo más grave es que nos estáis culpabilizando y nos habéis hecho pensar que si nos encontramos en esta situación es porque elegimos estar en este lado del sistema, porque no nos queremos «integrar» y porque a las mujeres gitanas nos gusta el rol de oprimidas.

Pues no. Aquí estamos con todo nuestro empoderío, con tanta fuerza y tantas ganas de derribar este sistema que por muchos muros que levantéis sabremos saltarlos, porque nuestra fuerza en tan grande que aunque nos seguimos encontrando con mil trabas en el camino, incluso en nuestra propia comunidad, seguiremos de pie.

Y por eso, a pesar de todo, desde esa periferia impuesta, seguimos convencidas de la importancia de luchar en este 8M, y de aportar nuestra perspectiva que evidencia el largo camino que todavía toca por recorrer para que realmente la lucha feminista sea antirracista. Opre romnja.