EDITORIALA
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Aceleración de tendencias y cambio de fase histórica

Hace un año, con diferentes ritmos en cada parte del país, se vaciaron los centros educativos, se cerraron los negocios considerados no esenciales, se fueron suspendiendo las actividades culturales, las carreteras quedaron desiertas y las fronteras bajaron sus barreras. De manera previsible, más tarde de lo debido y aun así de forma impactante, llegó el confinamiento de la población. La pandemia del covid-19 había alcanzado a Euskal Herria. Más tarde se sabría que Gasteiz fue uno de los primeros focos de la península.

Hace un año –pero también hace unos meses, en navidades–, el objetivo era frenar el contagio para evitar que colapsasen los sistemas sanitarios. Era un riesgo real, que marca las dimensiones de la tragedia. En un primer balance, se puede decir que gracias al sobreesfuerzo del personal sanitario el sistema superó el test de estrés. Eso sí, con más bajas y traumas de los admitidos. Más que esas 5.000 muertes directas por covid-19. Por ejemplo, en un futuro se podrán contar con rigor las consecuencias que han sufrido otros enfermos. Habrá que evaluar qué supuso la austeridad de la anterior crisis. Hay que presionar para que se invierta en lo esencial.

Trabajar, educar, cuidar, convivir, sobrevivir… hace un año la vida de las personas se recogió en los domicilios. Los sectores más vulnerables lo fueron aún más. Las generaciones sufrieron de manera muy diferente las medidas excepcionales. En la juventud operó la frustración de verse atada. Los y las mayores tuvieron que gestionar el miedo de saberse especialmente vulnerables.

En 2020 las residencias se convirtieron en pasto del virus, ante la desesperación de las cuidadoras, la impotencia de los familiares y la desidia de las instituciones. Lo que pasó en la primera ola se justifica por el desconocimiento y la falta de recursos. Las siguientes miles de muertes de personas mayores son imperdonables.

En marzo del año pasado se sabía poco sobre el comportamiento del virus. Solo que era muy contagioso, duro y letal, en especial para las personas mayores. No se fue lo suficientemente audaz y radical en las medidas. No se hizo caso a los avisos de la comunidad científica, por ejemplo cuando advirtieron que la principal vía de transmisión eran los aerosoles y el problema los espacios cerrados. Esa comunidad es clave para el futuro.

La clase política, también la vasca, se vio superada. De nuevo, al principio era comprensible. La falta de ética posterior, los privilegios de «los Sabas», son inaceptables. Se han encadenado una serie de miserias que vivían de antes. No se fue congruente en las medidas, y al final se ha terminado pagando esa falta de coherencia. No se ha sido cooperativo ni transparente. Siempre no se ha aplicado el principio de cautela, especialmente si entraba en contradicción con ciertos intereses. A menudo, se buscó el acatamiento, sin responder a las cuestiones más pertinentes. Se trató a la sociedad como si fuese menor de edad, una tendencia peligrosa.

Ojo, aunque la mayoría de la sociedad vasca ha sido ejemplar al atender las medidas necesarias para hacer frente a la pandemia, también se han visto tendencias sociales pueriles y preocupantes. No hay que confundir ser crítico con ser quejica. Ser delirante no es ser más listo que el resto. Si algo ha puesto en evidencia esta pandemia es lo pequeño y frágil que es el ser humano. Pequeño al nivel de especie, ni qué decir individualmente, por muy importante que uno sea para uno mismo y los suyos. El individualismo, el ver el mundo en base a unos interesas particulares y egoístas, mina la capacidad de respuesta comunitaria.

Euskal Herria también es pequeña y frágil, y va a salir afectada de esta crisis. «Menos que otros territorios», se empeñan en decir desde las administraciones vascas. Este es, sin duda, uno de los mayores problemas que tiene nuestro país: esa autocomplacencia que rebaja las ambiciones que debería tener un país de nuestras dimensiones, mal vertebrado y limitado en sus capacidades por unos estados que responden a visiones e intereses ajenos, tal y como se ha comprobado este año.

Las vacunas abren un periodo de esperanza que habrá que gestionar con inteligencia y precaución. Pero el coronavirus ha supuesto un cambio de fase histórica a nivel civilizatorio. Claro que pueden reproducirse reflejos del pasado, pero será en una época que ya es distinta. La pandemia marca un cambio de ciclo. Hasta ahora tocaba resistir, pero en adelante será necesaria la resiliencia. Tras celebrar la vida, haber sobrevivido, llegará la hora de diseñar esta nueva época.