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CRISIS DEL CORONAVIRUS

Vacuna contra vacuna, el ensayo clínico que las farmacéuticas se resisten a realizar

Los vaivenes en las estrategias de vacunación y la información cambiente sobre su seguridad y efectos se basan en la relativa baja calidad de los datos que se manejan hasta el momento.


Las comunidades autónomas decidieron ayer modificar la edad límite para inmunizar a la población con la vacuna de AstraZeneca, que pasa de 55 a 65 años. Lo hacen cuando todavía dura el shock por el parón de la campaña de vacunación con esta marca debido a una posible reacción trombótica –que en el caso de que la hubiera sería muy excepcional, en proporción menor a un millón–. Y todo, para más inri, en un momento en el que las autoridades sanitarias no gozan de la confianza de la ciudadanía, que las culpa justamente de ciertas cosas e injustamente de otras.

Independientemente de que algunos estados con las mismas evidencias han tomado decisiones distintas, esta forma de actuar un tanto errática de la UE (y del Estado español por extensión) se debe a la escasa calidad de los datos que se tienen sobre las vacunas. Por de pronto, las compañías solo han aportado los datos que recabaron a los dos meses de inyectar la segunda dosis y su ensayo sigue sin terminarse. Según explica Luis Carlos Saiz (miembro de la unidad de Innovación y Organización de Osasunbidea), ya debería ser hora de que Pfizer dé cuenta sobre qué ha seguido pasando a esas 38.995 personas en los meses siguientes. Y lo mismo, Moderna y AstraZeneca.

Las personas que enfermaron han desarrollado anticuerpos que les han inmunizado hasta la fecha (seis u ocho meses) bastante bien, porque los casos de reinfección son realmente pocos. No obstante, de las vacunas solo se conoce que han protegido frente a un covid sintomático en esos dos primeros meses tras recibir la segunda dosis. De ahí la importancia de la actualización de unos ensayos que durarán por lo menos dos años. Cabe recordar que la aprobación de todas las vacunas fue «de emergencia»; es decir, bajo la condición de que verdaderamente funcionen, cosa que por ahora están haciendo, sin que esté claro hasta cuándo.

La decisión de la mayor parte de la UE de no vacunar con la marca AstraZeneca a mayores de 55 se debía a que su ensayo clínico había incluido a un número suficiente de personas de esas edades. Únicamente había un 11% de personas mayores de 65 en el estudio de la compañía anglosueca, frente a un 25% de personas mayores de 65 años en los ensayos de Pfizer o Moderna.

Pero, hilando fino, ni siquiera Pfizer y Moderna realizaron un gran estudio sobre el blindaje que ofrecían sus productos a octogenarios, que es el grupo poblacional que se ha estado vacunando hasta ahora. Según explica Saiz, solo un 5% de las personas de sus respectivos estudios tenían más de 75 años.

Asimismo, tampoco puede afirmarse con rotundidad que las vacunas de Pfizer y Moderna sean mejores que la de AstraZeneca. Lo que se sabe es que las dos primeras protegieron mejor de sufrir una enfermedad covid sintomática los dos meses siguientes a la segunda dosis: 95% de éxito frente a 66%.

«Solo sabemos que Pfizer y Moderna son mejores que AstraZeneca en la protección del covid sintomático. Lo oportuno sería hacer un ensayo clínico comparando a un producto y otro», explica Saiz.

Una prueba de este estilo, vacuna contra vacuna, no es quimérica, sino habitual. Cuando surge un medicamento, lo común es que sea para una enfermedad para la que ya existe un tratamiento que funciona. Lo que debe demostrar el nuevo fármaco es que es mejor que el preexistente. Pero, claro, enfrentarse a un placebo es más fácil. «Por eso a las compañías no suelen gustarles este tipo de ensayos», remata el experto de Osasunbidea.

Un ensayo comparando a dos grupos de personas idénticos a los que se administre una vacuna diferente sería, ahora, lo oportuno. Y también, lo más ético. A estas alturas, no resulta humanamente tolerable mantener a un grupo sin vacunar (y además sin saber si está vacunado o no) el tiempo suficiente como para un análisis científico en profundidad.

Mientras continúa la exigencia de transparencia hacia las compañías farmacéuticas, la UE se apoya en otros referentes: Gran Bretaña e Israel. El Estado sionista va muy avanzado (más del 50% inmunizado) y ha logrado reducir drásticamente los contagios y, aún más, los ingresos. Gran Bretaña, por el empleo masivo de la marca AstraZeneca, es el referente para este producto.

Lo que se desprende de estos ejemplos es que en la vida real se diría que las vacunas funcionan y, quizás, lo hagan lo suficientemente bien.

Es, precisamente, en Escocia donde AstraZeneca se ha hecho fuerte. Un estudio de la sanidad pública escocesa avaló que su uso previene de los casos graves incluso mejor que el preparado de Pfizer. Sin embargo, el experto navarro consultado alerta de que el estudio es todavía un preprint y no ha pasado por el filtro de los pares, requisito para publicarlo en una revista científica.

Un último punto a tener en cuenta es que todas las vacunas van dirigidas a la proteína S, por lo que son susceptibles a las mutaciones en la espiga, cosa que empiezan a acusar con variantes como la sudafricana o brasileña. Existen otras opciones, como la de virus inactivado, que avanzan más lentamente y que generan anticuerpos de otro tipo. No obstante, al ser una reacción más completa y menos específica, la posibilidad de reacciones indeseadas a personas con susceptibilidades muy concretas también es mayor.