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EDITORIALA

Más hambre en un mundo cada vez más injusto


La inseguridad alimentaria aguda afecta ya a al menos 155 millones de personas en todo el planeta, según recoge el “Informe Global sobre Crisis Alimentarias” elaborado por la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Es el peor dato de los últimos cinco años, con un incremento de más de 20 millones en el número de personas que se encuentran en las situaciones que la FAO considera de mayor inseguridad alimentaria.

El informe enumera las principales causas que explican este aumento del hambre en el mundo y subraya tres: los conflictos armados, los desastres meteorológicos extremos y, este último año, la pandemia del covid-19 que ha tenido un gran impacto socioeconómico a causa de los confinamientos. Sin duda, las causas que recoge el informe tienen un impacto directo en la extensión del hambre en el mundo; sin embargo, existen otras a las que no se suele prestar demasiada atención y que tienen un peso creciente en la extensión de la inseguridad alimentaria. Por un lado, las desigualdades, cada vez más agudas, entre ricos y pobres que abocan a millones de personas a la miseria. Y por otro, la explotación sin medida de recursos que esquilman las riquezas naturales y, con ellas, la capacidad de producir alimentos, a menudo para mantener modelos de consumo absolutamente insostenibles.

El hambre no deja espacio para otra preocupación que no sea saciar la falta de alimento y, por tanto, ata a las personas a las necesidades más elementales, limitando su vida y su libertad. En este sentido, el hambre es también un arma política que sirve para dominar y sojuzgar. Y como tal es utilizada en el mundo. No se entiende de otro modo que una civilización que es competente para enviar un dron a Marte sea, al mismo tiempo, incapaz de terminar con el hambre. No es cuestión de la cantidad de alimentos que se producen, ni de los desastres meteorológicos, sino de una organización social terriblemente injusta.