Alberto Urteaga y Lydia Almirantearena
Red Navarra de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social
KOLABORAZIOA

La salud de una persona es la salud de todas

Parece que se ve algo de luz al final del túnel después de un año y medio de pandemia. Desde la Red Navarra de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social y las entidades que la forman hemos visto cómo esta crisis sanitaria, pero también social, ha afectado con especial crudeza a las personas más vulneradas y precarizadas, para las que parece que aún no llega el fin.

Quienes trabajan en lo social han sido esenciales para todas estas personas durante este año y medio. En los inicios de la pandemia, la mayoría de las entidades decidieron «abrir», atender presencialmente, ya que en estos momentos tan complejos era necesario mantener el contacto directo y atender las necesidades de las personas más vulnerables. Esta pandemia está dejando muchos damnificados y daños colaterales más allá de la propia enfermedad. La covid-19 ha evidenciado las grandes brechas de la desigualdad presentes en nuestra sociedad. Muchas personas esenciales por sus trabajos, mayoritariamente feminizados, son paradójicamente las más precarizadas, como las cajeras de los supermercados, los servicios de limpieza, los servicios a domicilio o los cuidados de personas.

No nos hemos olvidado de las personas que están detrás de todo esto, las más vulneradas y que necesitan una especial protección. Las personas que sufren exclusión social tienen más posibilidades de contagiarse por covid-19 y, en caso de hacerlo, tienen más posibilidades de necesitar cuidados intensivos.

Los factores sociales afectan claramente a la salud y las personas que excluidas sufren enfermedades graves con mayor frecuencia. Muchas de ellas, a pesar de esta situación, incluso compartiendo un mismo recurso residencial, no han sido contempladas como prioritarias a la hora de ser vacunadas, ni tampoco están recibiendo información a este respecto. Muy especialmente, hay que poner el foco en las personas que por su condición jurídico-administrativa quedan fuera de la sanidad pública. Existe el compromiso de la administración para su vacunación, pero seguirán sin un reconocimiento pleno del derecho a la asistencia sanitaria.

Las entidades sociales sacaron músculo para acompañar a estas personas, sin equipos de protección, sin medios y sin información suficiente. Muchas veces se ha nombrado la esencialidad para calificar a quienes sí debían seguir saliendo cada día a trabajar, poniendo en riesgo su salud, ante una pandemia desconocida. Nos preguntamos: ¿dónde ha quedado ese reconocimiento, por ejemplo, cuando se han hecho los listados de vacunación? Recordamos que esas personas no están siendo prioritarias, en la mayoría de casos, en un momento en el que el aumento del número de vacunas y los avances en la vacunación de personas de edad y colectivos profesionales podrían permitirlo. Pero que, a pesar de todo, ellas siguen estando en primera línea, atendiendo presencialmente y, en algunas ocasiones, en actividades con gran riesgo, como es el caso del albergue de personas sin hogar de Pamplona.

Es necesario equiparar esencialidad con reconocimiento y que se traduzca en medidas reales, como priorizar su derecho a decidir ser vacunadas. Si el tercer sector ha sido y es esencial, entonces por qué no se les está dando la importancia que debería.

Nos preocupa que las personas con alta vulnerabilidad social no sean vistas en una situación tan compleja. Nos preocupa que nos hayamos vuelto a olvidar de cuidar a quienes cuidan. La salud de una persona es la salud de todas, y debemos garantizarla.