Kepa Ibarra
KOLABORAZIOA

Ponga una fábrica en la plaza Nueva

Corres como un desesperado de aquí para allá buscando soluciones, dando licencias donde solo hay prebendas y encuentros atinados, intentando formar una estructura eficaz para que nada escape al control y además crees que lo mejor siempre está por llegar, haciendo cálculos de aquí a la eternidad (PRAP Euskadi, sistema tecnológico de BRTA, Equipamientos de la RVCTI...), obsesionado con mostrar al mundo la cantidad de artilugios anglosajones que guardas en la chistera, para al final quedarte con lo más básico, utilizando un léxico enfarragoso y de primer round, hasta creer que dejas KO al adversario, sin miramientos y llevándolo hasta las mismas puertas del infierno.

La derecha siempre ha utilizado el insulto y la desfachatez para nombrar a su adversario, utilizando epítetos con una licencia abusiva, en un intento por romper con cualquier dinámica literaria, ocurriendo lo contrario con una izquierda obsesionada con argumentar, cargarse de razones, empleando días, meses, años para construir un lenguaje versado, limpio e historiado. En balde.

El grado de desesperación que muestran solo tiene una lectura bastante más psicológica que social o política, y en este entramado emocional que destilan no valen ni las aguas a cauce liso, ni los propósitos a una posible enmienda exonerante, simplemente entran en una dinámica rayana en la agonía, pendientes de la respuesta contundente antes de la confrontarte, llevando al extremo la dicción y al músculo facial la fruición sobre un gozo indisimulado. En balde.

Hay personal que ha decidido darse una oportunidad para indisimular contenidos fogosos y hasta darse a la fuga ante este tipo de acometidas de una derecha vasca totalmente desatada, lo mismo defendiendo una actuación a ritmo de WhatsApp quirúrgico-sanitario con aires de esperpento JEL-ido, pasando por un ejercicio de pirueta administrativa para salir por pies de un vertedero que se acaba desplomando sobre alguna conciencia que conciliará muy poco el sueño de aquí a muchos y eternizantes años, y llegando al metafórico cuadro escénico de ver como en la plaza Nueva bilbaína, en la Constitucional plaza donostiarra, pasando por la blanquísima Virgen de nuestra Gasteiz querida, y llegando al Castillo de nuestra amada Iruña (no sin antes transformar el Ayuntamiento de Baiona en una acería), los y las ínclitas de la cosa gubernamental quieren gestionar plantas de vidrio, un par de metalquímicas, dos depuradoras de aguas fecales y hasta un centro de reciclaje de hierro colado en nuestras pletóricas y concurridas plazas, abogando por la bondad de las multinacionales, la Trilateral y la energética Cummins, todo en una primavera de luz y color, con flores a María que madre nuestra es.

Llegados a este punto, volvemos al principio y nos damos cuenta de que nos faltan datos y hasta tablas para entender que los ritmos de la alta política se miden por inercias y por vacilaciones, por sinergias y por amnesias de un pasado que nunca volverá, diciéndonos que reinventarse quizá sea lo más oportuno y reciclarse solo suponga cambiar de aspecto y ceñirse a la moda imperante. Sea como fuere, la voz autorizada impera, el discurso oficial todavía tiene su minuto de gloria, y la respuesta oficiosa y a plano cortado solo admite el susurro, a boca pequeña, en un ejercicio explicativo plano y sin chispa, carente de estima mediática o algo más parecido a un guiño sin futuro.

Ni planes de Ordenación, ni pueblos limpios, ni siquiera una proclama al entorno saludable. A machamartillo, sin compasión y sentenciando a hoguera. Menos mal que todavía nos inunda la emoción y se nos saltan las lágrimas viendo a Arantxa, a Nagore y a Sprilur cocinando acuerdos y degustando en mesa. La imagen es reciente y no tiene desperdicio. En balde.