06 JUN. 2021 EDITORIALA Bases para un debate honesto sobre el conflicto vasco EDITORIALA La impunidad con la que el Estado español ha ejercido la violencia contra una parte significativa de la sociedad vasca altera totalmente las opciones de tener un debate sincero sobre qué ha pasado y que pasa actualmente en Euskal Herria. Por poner un ejemplo sangrante, es hiriente que habiendo las instituciones vascas identificado cerca de 5.000 personas torturadas no haya abierta una sola causa ni ningún policía haya pasado un solo día en un calabozo. Es desesperanzador ver cómo estas cuestiones se ocultan en los debates sobre el conflicto vasco al mismo tiempo que se simula superioridad moral. Se denuncia incomprensión, cuando entre sus vecinos hay víctimas a las que no se les reconoce ni el dolor. No hay empatía y se utiliza la impunidad como palanca para el ventajismo. Cuando esa segregación entre víctimas se convierte en política pública, lo mínimo que pueden esperar es que esta gente se rebele. Es de justicia. Unilateralidad, reconocimiento y convivencia Qué diferentes serían las cosas si esta semana el hijo del jefe de los torturadores hubiese asumido en Gasteiz su responsabilidad en una parte de las vulneraciones de derechos humanos que han sucedido en Euskal Herria. Qué cambio, si Felipe de Borbón lo hubiese reflejado en su discurso en el Museo Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo (MCNVT). Tenía dónde inspirarse. Podía haber dicho que «en estas décadas se ha padecido mucho en este pueblo. Un sufrimiento desmedido. Como jefe del Estado reconozco la parte de responsabilidad directa que hemos adquirido en ese dolor, y deseo manifestar que nada de todo ello debió producirse jamás o que no debió prolongarse tanto en el tiempo». Si hubiese tenido voluntad de promover la convivencia, podría haber añadido algo parecido a «somos conscientes de que en este largo período de lucha antiterrorista hemos provocado mucho dolor, incluidos muchos daños que no tienen solución. Queremos mostrar respeto a los muertos, los heridos y las víctimas que han causado las acciones de las FSE, los grupos paramilitares y de incontrolados, así como a los injustamente detenidos y encarcelados, en la medida que han resultado damnificados por el conflicto. Lo sentimos de veras». Estos son extractos del comunicado de ETA del 20 de abril de 2018, pocos días antes de deshacerse para siempre. Quienes apoyaron la lucha armada tienen ese epílogo, mientras quienes sufrieron sus golpes se ven obligadas en 2021 a ser representadas por Felipe VI. ¿Se imaginan las personas de buen corazón un gesto de esa talla por parte de las autoridades españolas? ¿Son capaces de ponerse en la piel de esos 5.000 torturados y sus familiares, de imaginarse lo que sentirían? Igual estos pensarían que no es suficiente, pero, ¿no creen que sería un paso de gigante? Entonces, ¿por qué demandar al resto, si sus representantes no hacen lo mínimo? En vez de una declaración de reconocimiento, rechazo de la violencia o perdón, esta semana las víctimas de la guerra sucia y toda la sociedad vasca han tenido que escuchar a José Barrionuevo, Rafael Vera, Felipe González y Ramón Jáuregui justificar sus crímenes, no solo con impunidad, sino con una insoportable desfachatez. También han visto cómo los mandatarios españoles utilizaban a los representantes vascos como alfombra. ¿Dónde estaba esa dignidad inquebrantable del lehendakari de la CAV? ¿Por qué se plantaron ante el desarme de ETA en Baiona y no ante semejante maltrato institucional? ¿Por qué no defienden a las víctimas por igual? El ventajismo es un vicio político muy feo En todo caso, aun obviando todo esto, el conflicto vasco perdura. Aquí unas personas tienen garantizado su proyecto político mientras otras lo tienen vetado constitucionalmente. El voto de las primeras es vinculante y el de las segundas está legalmente limitado, aunque todas ellas defiendan un proyecto pacífico y democrático. Las personas que desean la unidad de España tienen privilegios políticos, mientras que las independentistas viven políticamente bajo amenaza. En el Estado español hay ciudadanos de primera, los que quieren ser españoles, y de segunda, los que no quieren ser españoles. Si desean debatir, este es el dichoso suelo. Que preparen algo más que excusas, porque gracias a ventajistas, cobardes y miserables hoy por hoy todo el barro es suyo. Y si quieren construir una sociedad más libre, democrática y justa, se están quedando muy atrás. A este lado nadie les espera. Pero que no provoquen.