Reformar la Policía: ¿un imposible o, allí y aquí, un debate urgente?
Una año después de la muerte de George Floyd, el debate sobre la reforma de las políticas y procedimientos de la Policía en EEUU ha tomado fuerza, ha entrado en fase propositiva en ciudades, estados y en el Congreso. Debatir sobre el modelo policial ya no es tabú, no es fácil ni simple, pero con voluntad y sin simplificaciones estériles se puede articular.
En ciudades como Houston o Portland ya hay propuestas concretas sobre la mesa, en el Congreso de EEUU se debate con naturalidad. Por momentos parece que se debate sobre un campo de minas, con muchos obstáculos en el camino, con mucho corporativismo e intereses creados, pero debatir cuál y cómo debería ser el modelo y la política de la Policía, no es ningún tabú. Muchos piensan que reformarla es un imposible, pero en EEUU ya han empezado a intentarlo.
El caso de George Floyd ha sido el catalizador del debate, y el intento de aprobar las primeras leyes de reforma coincidiendo con el primer aniversario de su muerte, además de simbolismo, refleja un deseo popular por repensar la Policía y su labor, combatir la brutalidad y la militarización, por dejar de sobreutilizarla contra los pobres, los sectores militantes o la gente común y corriente.
Este es un debate universal y pertinente. Se está dando en EEUU, pero también vale para Colombia, y por supuesto, aquí también. Vale para la Policía de Mineapolis y para la Ertzaintza. No es casual ver a ertzainas con cresta en ETB con camisetas de «Blue Lives Matter», no es baladí escuchar a ertzainas «colegueando» con elementos fascistas como los de Desokupa, no es aceptable ver cómo un sindicato policial se permite amenazar públicamente a la jefa de la oposición y alternativa de gobierno. Hay que abrir ese melón, y debatir, hablar sin tabúes. Sin prejuicios ni generalidades.
Mucho de lo que aquí dice y hace ESAN, lo hacen en EEUU ciertos sindicatos que mandan más que los propios jefes policiales. Son, de hecho, una de las mayores barricadas en el camino para cambiar la Policía y poder hacerla responsable de sus abusos. No vale sacar a Ernai a pasear, acusarla de delitos de odio. No todo vale, ni siquiera aprovechar la Academia de Arkaute para hacer actos políticos que hagan de trampolín y posicionen la figura de un eventual candidato a lehendakari.
En EEUU se está articulando ese debate. Le han dado forma y profundidad, aunque a veces se ha simplificado. «Defund the Police» (dejar de financiar la Policía con dinero público), gastar más en servicios sociales y menos en el cumplimiento de la ley, además de una poderosa idea, es una cuestión que no puede esquivarse. Pero tampoco es la respuesta, no está exenta de puntos débiles o ciegos.
Para muchos la Policía es necesaria, indispensable, proteger y servir a la comunidad es algo muy honorable. Para estas voces ése es el quid del debate: hacer que las políticas y los procedimientos respondan a ese noble horizonte. Y están dispuestos a revisar la inmunidad de los policías, hacer que sea más fácil y ágil juzgar los abusos y la brutalidad, a nuevos códigos de transparencia, a otras formas de ejercer la profesión.
Este no va de pro-policías y antipolicías, no funcionan las generalidades. Hay voces que piden abolir la Policía, que creen que reformarla es imposible, un esfuerzo baldío. Pero también hay consensos. Uno de los más amplios plantea que la primera medida debe ser la de abolir ciertos sindicatos policiales.