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La mejor arma de un policía


La mejor arma que tiene un policía es esta», señalándose la boca. «La comunicación es su mejor método para resolver un problema... no empeorarlo». Son palabras de John Finnie, ex-oficial de policía escocés y luchador por la democratización de la policía, invitado en las recientes jornadas sobre modelo de seguridad de EH Bildu. También nos explicó que allí hay una única policía, escocesa («si fuese británica, supondría problemas») y que «solamente el 3,5% de ella lleva armas, de lo contrario se dificulta el contacto con su comunidad».

Erkoreka nos acusa de no tener alternativa: «¡buscan su modelo en Cuba, en Corea del Norte!». Sería demasiado sencillo reprocharle que él lo hace en Colombia o en Turquía. Pero el debate es tan complejo e importante como para no embarrar más el terreno. La gestión policial genera una reacción visceral, al calor de hechos de violencia, de actuaciones arbitrarias, desproporcionadas que, ¡cómo no!, exalta emociones. Pero hemos querido parar y reflexionar para verificar dos cosas, al hilo del exabrupto de Erkoreka: una, que en todos los estados del mundo existe hoy un cuerpo de policía, que todavía no hay ninguno que haya podido gestionar el servicio de seguridad sin policía. Y dos, que hay alternativa. Que hay donde buscar. Y que la que aquí se aplica no es «lo que hay». Menos aún lo mejor, como se pretende.

Antes que nada, constatar que la escalada en violencia policial no es casualidad: es una decisión política. Tras la crisis sanitaria se ha abierto paso una crisis económica, social, que conlleva que cada vez más sectores se vean impulsados a protestas por su precarización, por el deterioro de sus condiciones laborales, la pérdida de sus empleos y su dignidad. Trabajadores, hosteleras, jóvenes independentistas (verdaderas víctimas de delitos de odio por edad, ideología y pertenecer a un colectivo precarizado), sectores racializados... están sufriendo las consecuencias de la decisión política de la escalada de violencia ante sus protestas. Si bien se oyen voces críticas internas, cierre de filas por parte de sindicatos corporativos de la Ertzaintza, que asumen el reto de «más madera» exigiendo a cambio impunidad. Entran en la ecuación represiva, pero que nadie les exijan responsabilidades. Así protege el Departamento cualquier actuación de brutalidad policial: opacidad, ocultación, negación o, último recurso, mentiras.

En semejante contexto, es preciso alzar la voz, denunciar esta trágica escalada y articular el apoyo y solidaridad a las víctimas. Pero no nos queremos quedar ahí. También queremos analizar detenidamente los porqués, para superar semejante despropósito proponiendo alternativas. Unos apuntes:

Tenemos un ratio policía/habitante que triplica países con similar tasa delictiva. Un reparto de funciones que es la verdadera ley de la selva, por la que todos los cuerpos se reclaman integrales y se disputan competencias y el título de «policía de proximidad». Es la resaca de décadas de conflicto político y una variable de la batalla del relato por el cual cambiar el modelo policial supondría asumir que «algo» no se hizo bien. Es decir, que se empleó a la policía con intencionalidad política vulnerando derechos fundamentales. Así lo demandan sus víctimas. Pero ante eso, huida hacia delante.

Con respecto a las FSE el Gobierno vasco ha reconocido en su Plan General de Seguridad que están llevando a cabo «un reposicionamiento para tener visibilidad« por medio de «interpretaciones sesgadas del marco competencial vasco [...] en materias como la seguridad ciudadana, el tráfico o las emergencias». Es decir, que lejos de replegarse, como sociedad e instituciones han exigido repetidas ocasiones, invaden competencias. Ante ello, silencio del Departamento.

La Ertzaintza, por su parte, se impone sobre las policías locales, no con criterios funcionales, sino en términos jerárquicos, subordinándolas a su capricho, como si se tratara de «policías auxiliares». Pretendiendo un lavado de imagen, se apropia de cometidos de los cuerpos locales, verdadera policía de cercanía. Una Ertzaintza cuya composición está en las antípodas de ser reflejo social, político, cultural de la sociedad, sometida todavía a sistemas de selección y a filtros internos (el conocido «sociograma») que facilitan más la entrada a alguien de Vox que a un abertzale, euskaldun, progresista. Una Ertzaintza que asoma connivencias con posiciones ultras (Desokupa, «Blue lives matter»...) y que machaca internamente a agentes que puedan mostrar una sensibilidad cercana al independentismo. Con una organización de Ertzain-etxeas en repliegue, cerrando comisarías, alejándose de los espacios donde deberían prestar funciones de seguridad que, por su complejidad o especialización, las policías locales no son capaces de prestar.

Precisamente, policías municipales que intentamos trasformar en los municipios en que gobierna EH Bildu: impulsando OPEs para asegurar el arraigo y proximidad de quienes deben prestar un servicio de policía comunitaria; consolidando las plantillas; defendiendo sus competencias y otorgándoles nuevos métodos de trabajo, como la mediación, para resolver los problemas del día a día de la ciudadanía. Completando estas funciones con otras preventivas desarrolladas desde servicios sociales, educativos, formativos, de igualdad o empleo. Y como no, impulsando espacios de gestión compartida y participación ciudadana, en los que, además del monitoreo y control ciudadano, se implique a estos en la detección y solución de necesidades de seguridad.

No es sencillo. Pero no podemos resignarnos a «lo que hay» y no plantear esquemas de depuración y transformación amplia del servicio de seguridad. En Cataluña, el Gobierno se ha comprometido a vaciar de competencias a la Brigada Móvil de los Mossos y la retirada de las pelotas de foam. El Sindic impulsa un Mecanismo Independiente de Prevención de la Tortura con participación de movimientos populares. Inspirador.

En definitiva, policía implicada en derechos humanos y que trabaja con y para la ciudadanía. Quienes queremos un estado vasco dueño de todas sus políticas públicas no podemos abandonar un servicio estratégico, pero necesario de profunda transformación. Impulsando armas para la comunicación, la asertividad, la proximidad a la ciudadanía... ¡y retirándoles otras!