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EDITORIALA

Internacionalismo para cuando crujen las esquinas del mundo


Cuba y Sudáfrica son puntos cardinales de ese mundo utópico pero real que, en el siglo anterior, conquistaron las luchas por la liberación de los pueblos y por la emancipación de las personas. La izquierda mundial no se puede entender renunciando a esas referencias, tampoco la vasca. Son experiencias nacionales ejemplares a escala humana, revoluciones heterodoxas por definición, procesos inspiradores. Ambas ponen el foco en la emancipación, la igualdad y el desarrollo humano.

Más allá de su naturaleza y sus gentes, nunca fueron paraísos, y el que se engaña es porque quiere. Entrados en el siglo XX y en pleno capitalismo, no tenían las condiciones objetivas para serlo, basta ver a sus vecinos para comprobarlo. Bastante hicieron con mejorarlas y lograr sucesivas hazañas en el terreno de las subjetivas.

Hoy esos dos córneres crujen y arden, con lamentos diferentes y comunes que se deben atender. Ambos países pasan por momentos difíciles, tal y como aceptan sus respectivos gobiernos y líderes. Parte de su población está sufriendo, está desencantada y frustrada. Tienen razones y estas se potencian por la pandemia, que amenaza con arrasar a quienes ya tenían problemas, sean personas o países. Pero tampoco se pueden negar las injerencias y las maniobras. No cabe la hipocresía.

El que no quiera ayudar que no moleste

Cuba simboliza como nadie la lucha por la soberanía nacional y el socialismo. Una isla diminuta liberada por unos revolucionarios que se convirtieron a la fuerza en comunistas, condicionados por la ridícula distancia que les separa de la gigantesca potencia. El mismo imperio que los ha intentado invadir, descabezar y sobre todo asfixiar a través del bloqueo. Una injerencia sin parangón, una desproporción en las fuerzas que no han logrado que Cuba ceda al chantaje. Una rémora que Obama amagó con desmontar, que Trump recrudeció y que Biden sostiene pese a lo que implica en pandemia.

Aun así, les acusan de ser una dictadura. Les da igual Haití o Jamaica. Abstraerse de la coerción no es ser inocente, es ser cínico. Cuba es lo que quiere ser, dentro de lo que le dejan. Una definición de dictadura que no contemple la relación que tienen las políticas públicas con los derechos humanos siempre será una definición sesgada y ventajista. Se debe evaluar qué hace un gobierno respecto a todos los derechos de esa lista, empezando por el de la vida, tal y como les gusta predicar a algunos hasta que llegan a Cuba y EEUU. El experimento político cubano en educación, salud, ciencia y solidaridad internacional es inaudito. Así se ha visto en la pandemia: brigadas al mundo «desarrollado» y una vacuna propia.

Nada que ver con el despiadado sistema en el que la gente muere si no puede pagar su seguro sanitario. Y les dejan morir, pudiendo no hacerlo. Por ser pobres y en muchos casos por ser negros.

El sueño de Nelson Mandela y de José Martí

Sudáfrica y el Congreso Nacional Africano representan la mayor lucha comunitaria e internacional contemporánea contra el racismo institucionalizado. Inspirados como todo el mundo por la revolución cubana, todo había cambiado para cuando, en plena caída del bloque soviético, tuvieron que atenuar a la fuerza su socialismo para lograr el fin del apartheid. No obstante, no traicionaron a sus compañeros comunistas ni olvidaron la inmensa aportación de Cuba a la liberación africana, por ejemplo en la batalla de Cuito Cuanavale, en Angola.

En estos momentos, Sudáfrica sufre en parte las consecuencias de no haber podido implementar una reforma agraria, de ser un nuevo mercado para el neoliberalismo, de no haber podido desarrollar un programa más ambicioso a favor de los sectores más desfavorecidos. Hay pobreza, hay desigualdades y hay rabia, junto con una insurrección organizada para minar el liderazgo de Cyril Ramaphosa y del CNA. La traición se ha sumado al resto de factores endémicos. Y a la pandemia.

Para ser revolucionario hay que ser honesto, perseverante y coherente. Como dijo Mandela en su viaje a Cuba, «estamos unidos porque nuestras organizaciones, el Partido Comunista de Cuba y el CNA, luchan en defensa de las masas oprimidas, para que aquellos que crean las riquezas obtengan sus frutos. Su gran apóstol José Martí dijo: ‘Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar’». Es importante recordarlo. Hacer autocrítica y comprar el relato del adversario no son lo mismo. Es hora del internacionalismo y la solidaridad, valores sobre los que construir un mundo más libre y justo.