Alessandro RUTA
20 AñOS DEL G8 DE GÉNOVA (I)

BUSCANDO REFRESCO EN UN CÓCTEL DE ALTA TENSIÓN

Hace justo dos décadas, la revuelta antiglobalización que había tenido un primer asalto en Seattle estalló en Génova y dejó un fallecido convertido en icono para siempre: Carlo Giuliani. El periodista Alessandro Ruta lo recuerda en tres artículos consecutivos.

E l verano de 2001 fue muy largo para mí. Larguísimo, interminable. Terminé la escuela secundaria, el 9 de julio, y al mismo tiempo prácticamente empecé la carrera universitaria. Fue sin parar, totalmente: no tuve vacaciones, me fui al monte, cerca de Bérgamo, en un lugar tranquilísimo, a estudiar durante un mes entero en agosto. Para enfado de la novia que tenía entonces, por supuesto, pero yo cuando me concentro no miro a nada ni a nadie más. Y al final entré en la uni sin problemas, curso de Ciencias de la Comunicación, pedazo de nombre, pedazo de timo.   

Calor, muchísimo calor, como puede ser el calor de Italia en verano: pegadizo, molesto y bochornoso. El día de la prueba oral, el famoso 9 de julio, mi camisa no podía más; demasiado sudor, demasiada tensión, con unas ganas locas de echarme al agua, a cualquier agua, daba igual piscina, mar o río.

Un sitio tipo Génova. La «playa» más cerca de Milán, en una hora y veinte minutos desde mi casa estás en el peaje. O en tren, aún más cómodo quizás. Pero Génova, en aquel verano, estaba «off limits», prohibida. Mejor dicho, estaba en Zona Rossa, en Zona Roja, por el G8, el encuentro entre los más poderosos hombres políticos del planeta, algo que se hacía cada X años y que se suponía muy importante.

Iba a empezar oficialmente el 19 de julio, un jueves. Pero claro, la ciudad tenía que estar preparada ya, entre hoteles, medidas de seguridad, salas de prensa y todo lo que sirve para una manifestación tan grande. Y cada día los medios de comunicación no paraban de subrayar la importancia de este G8, organizado en Italia, en Génova; era como si hubiésemos ganado un Mundial o algo así.

Entonces, ¿por qué tanta tensión? ¿Por qué la Zona Roja? Porque en el anterior G8 en Seattle habían aparecido problemas de seguridad en las calles de la ciudad estadounidense, grupos de jóvenes manifestándose en contra de la globalización, palabra mítica y de la que se abusaba mucho en esa época.

Se les llamaba los «No Global», o directamente «El pueblo de Seattle», un grupo nada homogéneo de anarquistas, izquierdistas, violentos e incluso algunos católicos, todos contrarios a los nuevos modelos económicos representados –es un decir– por los ocho políticos más influyentes del planeta Tierra. A mí Seattle me recordaba a algunos de mis grupos favoritos: Nirvana, Pearl Jam. O al equipo de NBA mítico, los Supersonics. Nada de ello, todo había sido convertido en una banda de cuasiterroristas.

Todos pensaban que también en Génova, tarde o temprano, podría pasar lo que en ‘The emerald city’, ‘de Seattle; es decir, ‘kale borroka’ y cargas policiales. Y en los días anteriores al G8, por supuesto, no faltó un paquete bomba en la redacción de Mediaset, algunos otros episodios raros, provocativos, concentrados en una ciudad como la capital de la Liguria, totalmente inapropiada para cualquier manifestación. Porque Génova, como muchos pueblos de la región litoral del oeste italiano, está repleta de calles estrechas y callejones que conducen al mar, unas calles donde si hay una carga policial los manifestantes no tienen ninguna vía de escape.

Además Genova tiene una tradición ‘borrokalari’ muy fuerte, desde el siglo XVII. Allí nació la leyenda de Balilla, un chaval que se lanzó contra los austriacos que querían conquistar la ciudad y que, curiosamente, 200 años después, sería convertido en un símbolo fascista (los ‘balillas’ eran los jóvenes fascistas). Pero Balilla está en la letra del himno italiano, ‘Fratelli d'Italia’, en un verso que nunca se canta antes de los eventos deportivos: ‘I bimbi d'Italia/ si chiaman Balilla’. Entonces, todo un símbolo, casi una sinécdoque, una parte para representar el todo.

No eran ‘balillas’, sino simples ciudadanos, los manifestantes que el 30 de junio de 1960 cargaron contra la Policía, contra el Gobierno central, contra el Estado, porque el primer ministro Fernando Tambroni (Democrazia Cristiana) había llamado a su gabinete a representantes del Movimento Sociale Italiano, herederos directos de los fascistas. Demasiada provocación para una ciudad de izquierda, medalla de oro de la resistencia al régimen mussoliniano, y que al final obtuvo un resultado: las dimisiones de Tambroni y del Ejecutivo semifascista.

¿Cómo podía funcionar una cumbre de un G8 en un lugar así? Muchos se lo preguntaban, pero nadie podía cambiar las cosas. Y yo, mientras tanto, quería simplemente irme a refrescar la cabeza, después de tanto estudiar.