GARA Euskal Herriko egunkaria
AZKEN PUNTUA

¡Uy, qué mayor soy!


En agosto hay tardes que invitan a abstraerse en la música; tardes sin tiempo, «estancadas», como las definió el jueves Itziar Ziga en su columna. Estoy convencida de que agosto es un mes que provoca añoranza, en especial de la infancia, de la adolescencia y, ¡cómo no!, también de la juventud. Es un momento de desconexión con el vaivén de la vida. Son los días que te acuerdas de los elepés que todavía conservas y te pones a escucharlos para evocar aquel verano que fue distinto a todos; aquel chico que hace lustros que no ves, la película que viste la tarde que llovió, el libro que leías por las noches o la verbena que no querías que acabará. Creo que si alguien quiere saber o sentir la magnitud y la profundidad de los años transcurridos solo tiene que recordar la banda sonora de su vida y compararla con la de hoy. Se sorprenderán. Músicas y canciones diferentes para existencias y tiempos diferentes. Pero lo más curioso es que buenas o malas, antiguas o eternas, festivaleras o de amor... todavía nos siguen emocionando y rescatan de nuestra memoria «esas pequeñas cosas» que creemos olvidadas. “Ne me quittez pas”, “La plus belle pour aller danser”, “Venecia sin ti”, “Mr. Tambourine Man”, “The Partisan”, “El rock del autobús”, “Un sorbito de champán”, “Piove”, “María”, “La chica de ayer”, “Antes de que den las diez” y, sobre todo, “Paraules d’amor”... ¡Uy! ¡Madre mía, qué mayor soy!