Solidaridad y asilo para la población que huye

Los talibanes se han hecho con el control de Kabul y de todo el país antes incluso de que se cumpliera el plazo final señalado por EEUU para la retirada de sus tropas y de las de las OTAN. La precipitada salida de las fuerzas que ocupaban Afganistán ha dejado escenas que recordaban la huida de los norteamericanos de Saigón, aunque en este caso, el panorama que dejan tras de sí es, si cabe, más desolador.

La toma de Kabul ha rubricado el fracaso de la ocupación militar y del imperialismo atlantista. Desde una perspectiva histórica, «la guerra contra el terror» ha devenido en el afianzamiento del imperio del terror que, además, continúa expandiéndose. Con la victoria talibán se apaga cualquier horizonte para la región, crece la inseguridad en Asia Central y, por extensión, en todo el mundo. Ese es el resultado más palpable de una política imperial para la que el fundamentalismo religioso ha sido funcional durante décadas. En este contexto, el movimiento contra la guerra ha vuelto a demostrar que en política tener razón no implica poder dar una solución a los problemas. La posición antibelicista ha ganado autoridad moral que debe transformarse en parte fundamental de la agenda política.

En este momento se abren diferentes perspectivas para analizar lo que está sucediendo. El abandono de EEUU de Afganistán no es ajeno a la rivalidad que mantiene con China, Irán y Rusia, todos ellos vecinos más o menos próximos, que ahora deberán hacer frente al desafío talibán. Sin embargo, entre todas las perspectivas hay una especialmente urgente: atender a las víctimas. La primera víctima de la victoria talibán es la población afgana, en especial las mujeres y la juventud, que ya están sufriendo el rigorismo fundamentalista. Es necesario poner en marcha un plan de rescate y asilo masivo y global. Sin ir más lejos, la Unión Europea ha estado deportando refugiados afganos hasta hace muy poco tiempo. Podría empezar por modificar esa política desde hoy mismo.