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Entrevista
JAVIER DUQUE
PERIODISTA MUSICAL

«Intento romper barreras y prejuicios de pensamiento en lo musical»

Melómano entusiasta, el periodista catalán Javier Duque ha resumido en el libro “Pasión y ruido” veinte años de su militante relación con la música en directo. Es una festiva vivencia escénica con unos ochocientos “bolos” en el recuerdo y destacada presencia del rock vasco.


En casi un cuarto de siglo como periodista independiente, Javier Duque Fernández-Pinedo (Barcelona, 1981) ha colaborado en “La cuarta parte o “Capitán Demo” de Radio 3-RNE, la revista “Serie B Underground Magazine” o el espacio “Hoyesarte.com” y ha sido director de comunicación. Desde octubre de 2018 dirige el programa radiofónico “Si la música hablase” en los podcasting iVoox, iTunes y Spotify. Activista musiquero, vuelca en “Pasión y ruido. 20 años de música en directo” 200 fechas con unas 800 experiencias a pie de escenario con todo tipo de estilos y una especial presencia del rock euskaldun. Con dibujos de Ángela Guzmán, lo publica la gallega Editorial Cuestión de Belleza. Los gasteiztarras Soziedad Alkoholika abren y cierran un viaje que pasa por pequeños locales, grandes recintos, con estancias en Bristol y Londres, y el obligado parón de la pandemia que le ha servido para organizar ese álbum de recuerdos y opiniones.

«Pasión y ruido» es fruto de una vocación que acabó siendo una «sensación de pertenencia a la cultura musical de manera casi nacionalista, una identidad patriótica universal, sin etiquetas ni fronteras mentales».

Soy muy analista y creo que si hubiera más presencia cultural nos daríamos cuenta de lo que pasa y cambiarían muchas cosas. Es lo que me ha ocurrido en estos años de periodismo cultural. Me identifico más con alguien de otro país que va a un concierto o que lleva la camiseta de un grupo que con mi vecino, con quien quizás no tengo nada que ver.

¿El programa de radio «Si la música hablase» es un desquite de las obligaciones profesionales poco creativas?

Es mi espacio y la manera de devolver al periodismo lo que me ha dado. Dos horas semanales en las que intento contextualizar la música desde lo histórico, sociológico, político y hasta geográfico. Entenderla, explicarla y exponerme. Intento romper barreras y prejuicios de pensamiento en lo musical.

¿Y el libro-diario-agenda?

Se me ocurrió en una de las noches de insomnio del confinamiento: no había conciertos y recordé que tenía cientos anotados. Dudé en lo formal: ¿solo crónicas, más autobiográfico, contextualizado? Salió un cruce de caminos entre esos estilos narrativos y periodísticos. Comencé a apuntar conciertos en 1998 y son unas 200 fechas con unos 800 “bolos”. En mi época más hip-hop veía casi por semana a Violadores del Verso y una constante han sido también Fermin Muguruza, Metallica, Massive Attack, Public Enemy…

¿Estar con Public Enemy en Bilbo, en 2006, fue su encuentro más especial?

Como periodista, sí. Son los grandes del hip-hop y fui el único que les entrevistaba en España en aquella gira a todo trapo. Estar ante ellos tras el concierto, con una odisea atrasando la cita desde las cuatro de la tarde hasta las tres de la mañana, fue emotivo. Me alucinó sobre todo su conocimiento político y social; estaban muy enterados de la situación vasca.

Quitando la escena rap, parece haber en el libro más presencia de grupos en euskera que en español.

De chaval “quemaba” las cintas de mi hermano mayor de punk y heavy extranjero y cuando buscaba esos sonidos duros en el Estado español la referencia era Euskadi. Te puede gustar más o menos, pero lo de allí es sinónimo de calidad y profesionalismo. Soziedad Alkoholika abre y cierra mi libro. He recuperado el primer disco de Kuraia y es excepcional, si fueran americanos serían cabezas de cartel. Lo que se dio en el País Vasco en los 80, para mal en muchos casos, tuvo esa salida cultural, otra manera de expresarse, una necesidad que no existía en el resto del Estado.

¿Fermin Muguruza es el nombre que más aparece?

Lo he seguido mucho y tuve la suerte de conocerle e incluso trabajar con él en la parte audiovisual. Rompía esquemas mezclando rock, reggae, rap-metal, salsa… Y me fascinaba la excepción que suponía respecto a otros grupos ofreciendo tantas referencias culturales, políticas, filosóficas… Te abría universos de conocimiento.

Antes arrastraba a la chavalería Iron Maiden, hoy lo hacen «traperos» como Myke Towers. ¿Ha cambiado el mensaje musical, que se ha latinizado?

Hoy toca onda latina, es inevitable y estupendo. Nos ayuda a romper moldes. Esa chavalería tiene menos prejuicios que en nuestra época de hip-hop para escuchar otras cosas, está más abierta. Y quizás un día, como nos ha pasado a otros, se cansen de tanto latineo e investiguen sobre qué decían aquellos señores Dylan o Iron Maiden.

«El trap uno de los ritmos que más me seducen y motivan» se lee en el libro. ¿Por qué?

Porque es diferente, distinto, el lenguaje de los chavales que querían diferenciarse del rap, tener su identidad musical. Se trata al trap-reguetón de machista o sexista, pero hay propuestas con gran audiencia como Bad Bunny con mensajes potentes: «Si yo perreo sola», «soy un hetero que visto con falda, me pinto las uñas y me hago las cejas»…

¿Los cambios de estilos y formatos musicales han barrido a la crítica especializada y las revistas en papel?

Hay muchos cambios, pero algo sigue igual: es un sector súper precario del que viven una o dos personas y el resto son colaboradores mal pagados. Se necesita un cambio de paradigma, darnos cuenta de que los contenidos de calidad y elaborados hay que pagarlos. Si no, ese mundo especializado desaparecerá.

¿Su cortometraje londinense, titulado «El atardecer del capital», parece hoy una premonición de la sacudida de la covid-19?

Fue un proyecto de fin de máster sobre sucesos reales como la crisis financiera. Avisaba de la posibilidad de ese tipo de fallos sistémicos capitalistas crónicos. Diez años después, al redactar el libro durante la pandemia, me hizo pensar si es pura coincidencia o es otra muestra de ese tipo de crisis como la de las consecuencias del cambio climático. Confirmaría la teoría de la decadencia del sistema. Aunque tiendo a ser optimista, cuesta ver ante qué futuro estamos. Por eso es importante la música como apoyo curativo y celebración de la vida. Pones a Bob Marley y ves las cosas de otro color.