EDITORIALA
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Repensar la movilidad en plena crisis climática

Más del 30% de las emisiones europeas de gases de efecto invernadero (GEI) provienen del transporte. Es el sector que más rápidamente ha aumentado las emisiones durante las últimas décadas, y gran parte de la responsabilidad recae sobre los coches particulares. Concretamente, un 60% de las emisiones del transporte terrestre son atribuibles a los vehículos en los que se mueve el ciudadano medio en Europa.

De ahí que la movilidad sea uno de los principales campos de batalla en la lucha por frenar y revertir los efectos del calentamiento global. Este camino discurre por dos carriles. El primero pasa por el fomento de aquellas tecnologías que verdaderamente pueden aportar algo en esta emergencia climática. El paso previo aquí es compartir una información veraz, pues cada cual tiende a barrer para casa. El reportaje que publica hoy GARA es clarificador: ni vehículos híbridos ni combustibles sintéticos como los impulsados por Petronor con la ayuda de Lakua aportan gran cosa a la lucha contra el cambio climático. El futuro de la movilidad pasa por la electricidad y, como mucho, por el hidrógeno realmente verde, que sin embargo resulta muchísimo más ineficiente. A las instituciones no solo hay que pedirles que apoyen la electrificación del sector, también deben terminar las subvenciones como las que recibe el diésel y redirigir ayudas destinadas a tecnologías que poco o nada aportan a la mitigación de la crisis.

En el segundo carril, más importante si cabe, encontramos el debate sobre el modelo de movilidad, porque si algo está claro es que mover una tonelada de peso –por mucho que sea mediante renovables– para transportar a una sola persona es altamente ineficiente. Las alternativas públicas de transporte colectivo, medioambientalmente sostenible, económicamente asequible y territorialmente equilibrado son un elemento indispensable a la hora de repensar la movilidad en tiempos de crisis climática.